Impresiona la lectura de una carta de Santo Tomás Becket, Obispo inglés martirizado a regis satellítibus, (por satélites del
rey Enrique II) en el año 1170, y que se recoge hoy en el Oficio de su fiesta. En
ella se refleja ya claramente la doctrina de la Iglesia sobre el
Primado de Pedro y su relación con el resto de los Obispos. Su lectura pone en evidencia que a estas alturas ya no hay nada que inventar o innovar al respecto.
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nos preocupamos por ser lo que decimos ser y queremos conocer la significación
de nuestro nombre —nos designan obispos y pontífices—, es necesario que
consideremos e imitemos con gran solicitud las huellas de Aquél que,
constituido Pontífice eterno por Dios, se ofreció por nosotros al Padre en el
ara de la cruz. Él es el que, desde lo más alto de los cielos, observa
atentamente todas las acciones y sus correspondientes intenciones para dar a
cada uno según sus obras. Nosotros hacemos sus veces en la tierra, hemos
conseguido la gloria del nombre y el honor de la dignidad, y poseemos
temporalmente el fruto de los trabajos espirituales, sucedemos a los apóstoles
y a los varones apostólicos en la más alta responsabilidad de las Iglesias,
para que, por medio de nuestro ministerio, sea destruido el imperio del pecado
y de la muerte, y el edificio de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de
las virtudes, se levante hasta formar un templo consagrado al Señor. Ciertamente que es grande el número de los
obispos. En la consagración prometimos ser solícitos en el deber de enseñar, de
gobernar y de ser más diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y
así lo profesamos cada día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida
se desarrolle por el testimonio de las obras! La mies es abundante y, para
recogerla y almacenarla en el granero del Señor, no sería suficiente ni uno ni
pocos obispos. ¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma es cabeza de
todas las Iglesias y la fuente de la doctrina católica? ¿Quién ignora que las
llaves del reino de los cielos fueron entregadas a Pedro? ¿Acaso no se edifica
toda la Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro, hasta que lleguemos todos
al hombre perfecto en la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios?
Es necesario, sin duda, que sean muchos los que planten, muchos los que
rieguen, pues lo exige el avance de la predicación y el crecimiento de los
pueblos… Sea quien fuere el que planta y el que riega, Dios no da crecimiento
sino a aquel que planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su doctrina. Pedro
es quien ha de pronunciarse sobre las causas más graves, que deben ser examinadas
por el pontífice romano, y por los magistrados de la santa madre Iglesia que él
designa, ya que, en cuanto participan de su solicitud, ejercen la potestad que
se les confía» (Carta 74: PL 190, 533-536).
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