1° Necesidad de un silencioso recogimiento interior para sintonizar con Dios.
“En primer lugar, nos sorprenden siempre, y
nos hace reflexionar, el hecho de que el momento decisivo para el futuro de la
humanidad, el momento en que Dios se hizo hombre, está rodeado de un gran
silencio. El encuentro entre el mensajero divino y la Virgen Inmaculada pasa
totalmente desapercibido: nadie sabe, nadie habla de ello. Es un acontecimiento
que, si hubiera sucedido en nuestro tiempo, no dejaría huella en los periódicos
y en las revistas, porque es un misterio que sucede en el silencio. Lo que es
realmente grande a menudo pasa desapercibido y el silencio apacible se revela
más fructífero que la frenética agitación que caracteriza nuestras ciudades,
pero que – con las debidas proporciones – se vivía ya en las grandes ciudades
de entonces, como Jerusalén. Aquel activismo que nos impide detenernos, estar
tranquilos, escuchar el silencio en el que el Señor hace oír su voz discreta”.
2° No existe auto-redención;
solo la gracia nos salva y libera.
“Hay una segunda cosa, aún más importante, que
la Inmaculada nos dice cuando estamos aquí, y es que la salvación del mundo no
es obra del hombre – de la ciencia, de la tecnología, de la ideología -, sino
es por la gracia. ¿Qué significa esta palabra? Gracia significa el Amor en su
pureza y belleza, es Dios tal como se revela en la historia de la salvación
narrada en la Biblia y cumplida en Jesucristo. María es llamada la “llena de
gracia” (Lc 1:28) y esta identidad nos recuerda el primado de Dios en nuestra
vida y en la historia del mundo, nos recuerda que el poder del amor de Dios es
más fuerte que el mal, puede llenar los vacíos que el egoísmo provoca en la
historia de las personas, de las familias, naciones y el mundo”.
3° Lejos de Jesucristo no hay verdadera alegría.
“Y aquí viene la tercera cosa que nos dice María
Inmaculada: nos habla de la alegría, la verdadera alegría que se extiende en el
corazón liberado del pecado. ...debemos aprender a decir no a
la voz del egoísmo y a decir sí a la del amor auténtico. La alegría de María
es plena, porque en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide
con la presencia de Jesús en su vida: Jesús concebido y llevado en el vientre,
después niño confiado a sus cuidados maternos, adolescente y joven y hombre
maduro. Jesús que parte de casa, seguido a distancia con la fe hasta la Cruz y
la Resurrección: Jesús es la alegría de María y la alegría de la Iglesia”.
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