Hoy la Iglesia celebra a uno de
sus más insignes doctores: San Juan Damasceno. Nacido en Damasco, Siria, hacia
el año 675, es considerado el último de los grandes Padres de Oriente. Primero
fue monje cerca de Jerusalén y más tarde presbítero. Defendió con fortaleza el
culto a las imágenes contra la herejía iconoclasta; fue testigo señalado de la
fe cristiana en la Asunción de Santa María a los cielos; compuso no pocos
himnos y oraciones, que lo colocan entre los grandes poetas bizantinos. La obra
que le ha dado más fama es su tratado dogmático Sobre la fe ortodoxa, estudiado y citado más tarde por los teólogos
escolásticos medievales. Juan murió hacia el año 750; fue proclamado Doctor de
la Iglesia por el Papa León XIII en 1890. Hoy se hace muy necesario seguir el ejemplo de estos gigantes de la fe y acudir a su poderosa intercesión para que vuelva a resplandecer con todo su brillo la luz de la fe.
Las imágenes despiertan el deseo
de la santidad.
“Adoro la imagen de Cristo, en
cuanto es Dios encarnado, la de la Madre de Dios, Señora de todos, en cuanto
madre del Verbo encarnado; las de los santos, amigos de Dios, que permanecieron
fieles hasta la efusión de su sangre, y al derramar la sangre por Cristo,
imitaron a aquel que primero derramó su sangre por nosotros; y las de aquellos
que, siguiendo las huellas de Cristo, ordenaron según ellas su propia vida.
Pongo ante mis ojos estos preclaros ejemplos y los martirios, expresados en las
pinturas, y me hago santo y ardo en el deseo de imitarlos” (Oración sobre las imágenes 1, 21).
Conocimiento natural y
espontáneo de la existencia de Dios
“Dios, no obstante, no nos dejó
en una completa ignorancia, porque el conocimiento sobre la existencia de Dios
ha sido esparcido en todos por Él, de forma natural. Así también, por medio de
la naturaleza, la creación misma, su unión y gobierno anuncia la grandeza de la
divinidad” (Sobre la fe ortodoxa,
1).
Glorificación de María
“Hoy es introducida en las
regiones sublimes y presentada en el templo celestial la única y santa Virgen,
la que con tanto afán cultivó la virginidad, que llegó a poseerla en el mismo
grado que el fuego más puro. Pues mientras todas las mujeres la pierden al dar
a luz, Ella permaneció virgen antes del parto, en el parto y después del parto”
(Homilía II en la dormición de
la Virgen, 2).
No hay comentarios:
Publicar un comentario