En
vísperas de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, uno de los dogmas
marianos que más encienden la llama de la fe del pueblo católico, somos
invitados a contemplar con gozoso recogimiento la obra maestra de Dios: su
Madre Inmaculada. Y a saborear, como si de melodía celestial se tratase, las
palabras con las que el Beato Pio IX definió este singular privilegio de la Madre
de Dios.
«Por lo cual, después de ofrecer sin
interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras
privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y
afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio
de toda la corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu Paráclito, e
inspirándonoslo Él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para
gloria y honor de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y
aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo,
con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos,
afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que
debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que
sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de
culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo,
Salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su
corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan
entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han
naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que
además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera
manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a
las penas establecidas por el derecho» (Beato Pío IX, Bula Ineffabilis Deus (8 de diciembre de
1854).
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