Tríptico del baño místico
de Jean Bellegambe (siglo XVI)
Foto wikipedia
Al
terminar el mes de julio, presentamos unas breves reflexiones en honor de la sangre
preciosa de Cristo, sangre que manó en abundancia del lagar de la pasión como
río de misericordia y precio de nuestro rescate. Sanguis Christi, flumen misericordiæ, miserere nobis (Sangre de
Cristo, río de misericordia, ten piedad de nosotros).
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s
sabido que en las religiones antiguas la sangre viene revestida de un carácter sagrado
y cultual; «en la sangre está la vida» (Lev
17, 14), dice la Escritura. En la práctica religiosa de Israel se pueden
señalar diversos usos cultuales de la sangre. En primer lugar, la alianza entre
Dios y su pueblo se sella mediante un rito de sangre (Ex 24, 3-8), que viene a establecer un lazo indisoluble entre
ellos. Luego aparece como un elemento esencial en los sacrificios (Lev 1, 5-11; 9, 12); en el rito de la
cena pascual la sangre del Cordero, puesta en los dinteles de las casas de los
hebreos, adquiere un valor protector ante la ira destructora (Ex 12, 7-22). También juega un papel
principal en los ritos de expiación, «porque la vida de la carne es la sangre,
y yo os he mandado ponerla sobre el altar para expiación de vuestras almas, y
la sangre expía en lugar de la vida» (Lev
17, 11). Finalmente tiene carácter consacratorio, pues su presencia en los
ritos de consagración de sacerdotes (Ex
29, 20; Lev 8, 23) y altares (Ez 43, 20), marca la pertenencia a Dios.
A
la luz del papel cultual de la sangre en la vieja alianza, se comprende que la
Sangre de nuestro Señor Jesucristo, ahora signo de la vida inmaculada y santa del Hombre–Dios, y derramada tan profusamente en su Pasión, se
haya convertido ella misma en objeto de culto y veneración, por ser causa y
precio de nuestra salvación, manifestación acabada de su amorosa inmolación por
nosotros, sello definitivo de una alianza nueva y mejor entre Dios y los
hombres, bebida vivificadora de las almas, prenda de nuestra pertenencia al Salvador.
Esta
admiración llena de respeto y adoración por la sangre del Redentor, sostenida
con fuerza a lo largo de todo el NT, tomó con el tiempo una forma especial de
devoción que se fue haciendo cada vez más viva en la alta edad media,
especialmente por influjo de grandes místicos como san Bernardo, santa
Gertrudis, san Francisco, san Buenaventura, santa Ángela de Foligno, santa
Catalina de Siena, entre otros. De este modo, la devoción por la Sangre preciosa
de Cristo irrumpe también en el arte: «Pinturas, vidrieras, esculturas de la
época se complacen en representar el «baño místico» en la sangre de Cristo, los
molinos o los lagares místicos, o bien ángeles que con el cáliz recogen la
sangre que brota de las heridas del Crucificado» (E. Ancilli, Diccionario de espiritualidad, Vol
III, p. 344-345). Estas representaciones, hoy poco frecuentes, están cargadas
de simbolismo espiritual y cumplen, como el buen arte cristiano de todos los
tiempos, una función catequética irremplazable.
En
particular, la representación de Jesús en el «lagar místico», (torculus Christi en latín), hunde sus
raíces en una exégesis alegórica de origen patrístico de un texto de Isaías: «He
pisado yo solo el lagar; de los pueblos, nadie me ha acompañado. Los he pisado
con mi cólera, los he hollado con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y
manché todas mis ropas» (63, 3). San
Alfonso María de Ligorio recoge a su vez esta interpretación en un piadoso comentario sobre la pasión del Señor:
«Torna
de nuevo a preguntar el profeta, y dice: Pues ¿por qué está rojo tu vestido y
está tu ropa como la de aquellos que pisan la vendimia en el lagar? Y responde:
Yo solo he pisado el lagar, sin que nadie de las gentes haya estado conmigo
para ayudarme (Is 63, 1-3). Tertuliano, San Cipriano y San Agustín entienden
aquí por lagar la pasión de Cristo, durante la cual su vestido, es decir su
carne sacrosanta, fue cubierta de sangre y de llagas, según aquello del
Apocalipsis: Y vestía una ropa teñida de sangre y es y se llama Verbo de Dios
(Apoc 19, 13). Explicando San Gregorio estas mismas palabras, dice que «en este
lagar Cristo pisó y fue prensado» (In Ez, hom. 13). Pisó, porque Jesucristo,
con su pasión, venció y trituró al demonio; y fue prensado, porque su cuerpo
adorable ha sido como estrujado durante la pasión, como el racimo lo es debajo
de la prensa del lagar, según este otro texto de Isaías: Y quiso el Señor trillarte
con trabajos (Is 53, 10)». (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, OBISA 1977, p. 213).
Resulta natural, por tanto, que muchos santos a lo largo de los siglos hayan
experimentado un deseo imperioso de embriagarse, bañarse, sumergirse y lavarse
en la sangre redentora de Jesús, como condición para alcanzar el perdón de Dios, corresponder generosamente a su amor, saberse protegidos del paso exterminador de Satanás y alcanzar finalmente la vida eterna.
Un elenco con representaciones de «lagares místicos» y de temas alegóricos similares, acompañado de interesantes comentarios, puede verse en: padreeduardosanzdemiguel
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