El
Oficio divino de la fiesta de hoy nos brinda una preciosa elevación mística de
Santa Brígida (1303–1373) que, a través de una sentida contemplación de los diversos pasos de la Pasión de Cristo,
nos remonta a la esperanza de su retorno glorioso al mundo para juzgar a vivos y
difuntos, concluir la historia y entregar su Reino al Padre.
«B
|
endito
seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la
última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso,
y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y
les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente
tu máxima humildad.
Honor
a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu
cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a
término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu
caridad para con el género humano.
Bendito
seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y tú, que eres el
juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para ser juzgado
por él.
Gloria
a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste
revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una
paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los
ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.
Alabanza
a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser
cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato
cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como el Cordero inocente.
Honor
a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado,
fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el
madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus
vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.
Honor
para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te
dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás
la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que
cuidara de ella con toda fidelidad.
Bendito
seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a
todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la
gloria del paraíso al ladrón arrepentido.
Alabanza
eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en
la cruz, sufriste las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores;
porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban
intensamente en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón
sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la
cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido
por la rigidez de la muerte.
Bendito
seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada
redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la
vida eterna.
Bendito
seas tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu
costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos,
hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.
Gloria
a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado
de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y
que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo
que unos soldados montaran allí guardia.
Honor
por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los
corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.
Bendito
seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás
sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad,
viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la
carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas
de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu
Santo por los siglos de los siglos. Amén». ( De
las oraciones atribuidas a santa Brígida. Oración
2. Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628, pp. 408-410).
No hay comentarios:
Publicar un comentario