Las
recientes declaraciones del Papa Francisco («Hay que elegir: o eres ecuménico o
eres un proselitista») en el vuelo de regreso a Roma, luego de su visita al
Consejo Mundial de iglesias en Ginebra (ver aquí), me trajo a la memoria un
artículo del padre Giovanni Scalese, publicado meses atrás en su blog Antiquo robore, precisamente sobre el
tema del proselitismo. La desmesura con que el Papa ha fustigado en varias
ocasiones este concepto; la extraña metamorfosis operada en su significación durante las últimas décadas; el hecho de que haya pertenecido durante
siglos al vocabulario común cristiano y servido para designar la misión
apostólica del seguidor de Cristo, ameritaban una reflexión lúcida y ponderada sobre
el tema. Es lo que hace, a mi parecer, el padre Scalese en el artículo aludido,
cuya traducción española presentamos a continuación.
Por Giovanni Scalese
E
|
l
domingo pasado, fiesta del Bautismo del Señor, el Papa Francisco, durante el Ángelus, ha vuelto sobre el tema del
proselitismo. Después de citar algunos versículos de la primera lectura del día
(el «primer canto del Siervo del Señor») –«No gritará, ni alzará la voz ... no
quebrará la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue; proclamará el
derecho con fidelidad» (Is 42, 2-3)–
el Santo Padre ha continuado:
Este
es el estilo de Jesús, y también el estilo misionero de los discípulos de
Cristo: anunciar el Evangelio con mansedumbre y firmeza, sin gritar, sin
regañar a nadie, pero con suavidad y firmeza, sin arrogancia o imposición. La verdadera misión nunca es proselitismo,
sino atracción a Cristo. ¿Pero cómo? ¿Cómo se hace esta atracción a Cristo?
Con el propio testimonio, a partir de una unión fuerte con Él en la oración, en
la adoración y en la caridad concreta, que es servicio a Jesús presente en el
más pequeño de nuestros hermanos. A imitación de Jesús, pastor bueno y
misericordioso, y animados por su gracia, estamos llamados a hacer de nuestra
vida un testimonio alegre que ilumina el camino, que trae esperanza y amor.
Se
trata de un tema recurrente en la predicación del Papa Bergoglio. Causó mucho
revuelo cuando tocó el tema por primera vez, en una entrevista concedida a
Eugenio Scalfari el 1 de octubre de 2013 en la
República. En esa ocasión dijo:
El proselitismo es una
solemne tontería, no tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer
crecer el conocimiento del mundo que nos circunda. Me sucede que después de una
reunión quiero hacer otra porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas
necesidades. Esto es importante: conocerse, escucharse, ampliar el círculo de
pensamientos. El mundo está surcado por caminos que acercan y alejan, pero lo
importante es que conduzcan al Bien.
Y
un poco más adelante, añadía a propósito de la actividad misionera de la
Iglesia: Nuestras misiones tienen esta finalidad: identificar las necesidades
materiales y espirituales de las personas e intentar satisfacerlas lo más que
podamos. ¿Usted sabe qué cosa es el «ágape»? ... Es amor por los otros, como
nuestro Señor lo ha predicado. No es
proselitismo, es amor. Amor por el prójimo, levadura que sirve al bien
común.
Después
de esa entrevista, el Papa Francisco ha vuelto varias veces sobre el tema.
Entre las numerosas intervenciones que se podrían citar, me limitaré a recordar
la entrevista concedida a Ulf Jonsson con motivo del viaje apostólico a Suecia
(La Civiltà Cattolica, n. 3994, 26 de
noviembre de 2016). En esa entrevista, el Pontífice utilizó expresiones
particularmente fuertes (y tal vez un tanto exageradas):
Un
criterio deberíamos tener en todo caso muy claro: hacer proselitismo en el campo eclesial es un pecado. Benedicto XVI
nos ha dicho que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción. El
proselitismo es una actitud pecaminosa. Sería como transformar la Iglesia en
una organización.
La
afirmación de Benedicto XVI a la que alude el Papa Bergoglio en la entrevista (una
alusión que se ha hecho ya habitual cada vez que habla de proselitismo), se
encuentra en la homilía de la Misa de apertura de la V Conferencia general del
Episcopado Latinoamericano (Aparecida, 13 de mayo 2007):
La
Iglesia no hace proselitismo. Ella se desarrolla más bien por «atracción»: como Cristo «atrae todo
hacia sí» con la fuerza de su amor, que culmina en el sacrificio de la Cruz,
así también la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo,
cumple toda su obra en conformidad espiritual y concreta con la caridad de su
Señor.
Hablar
de «atracción», a propósito de la actividad evangelizadora de la Iglesia, no
era por tanto una novedad: ya en 1991, en la carta pastoral «¡Levántate y ve a Nínive, la gran ciudad!»,
el Cardenal Carlos María Martini había enumerado seis modos de evangelizar: por
proclamación, por convocación, por atracción, por irradiación, por contagio,
como fermento.
Se
podría decir que se trata de un dato ya definitivamente adquirido: la Iglesia
no hace –y no debe hacer– proselitismo; la Iglesia está llamada a evangelizar,
pero no a hacer proselitismo (pero alguien, a mi modo de ver, debería tarde o
temprano tomarse la molestia de explicar cuidadosamente la diferencia entre
evangelización y proselitismo). Sin embargo, hasta hace no muchos años, era
normal entre los católicos hablar de proselitismo como uno de los deberes
fundamentales de la Iglesia y de cada cristiano. Por poner solo un ejemplo,
pensemos en la obra maestra de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, publicado por primera vez en
1934. Pues bien, uno de sus 46 capítulos, precisamente el trigésimo octavo,
está dedicado justo al «Proselitismo» (nn. 790–812). Mencionaré aquí solo dos
puntos muy breves:
793.
Proselitismo. –Es la señal cierta del celo verdadero.
809.
Proselitismo. –¿Quién no tiene hambre de perpetuar su apostolado?
Como
se puede ver, una perspectiva diametralmente opuesta a la de los últimos
Pontífices. Tal vez por esta razón, los editores de las obras de Mons. Escrivá
han sentido la necesidad de insertar una nota aclaratoria:
Tradicionalmente
en la Iglesia —y en este sentido lo usan muchos autores espirituales, entre
otros, san Josemaría— se ha empleado el término «proselitismo» como sinónimo de
apostolado o evangelización: labor que se caracteriza, entre otras cosas, por
un completo respeto de la libertad, que aleja de la acepción negativa que este
vocablo ha tomado en los últimos años del siglo XX. En el surco de esa
tradición, san Josemaría utiliza aquí la palabra «proselitismo» con el
significado de propuesta o invitación hecha a compañeros y amigos a compartir
la llamada de Jesucristo.
Nota
cuando menos oportuna, conveniente para disipar el equívoco lingüístico en el
que se basa la polémica contra el proselitismo, tan de moda en la Iglesia de
nuestros días.
Intentemos
aclarar los términos de la cuestión. ¿Qué cosa es el proselitismo? El
diccionario on line de Treccani da la siguiente definición:
La
tendencia a hacer prosélitos, y la actividad llevada a cabo para buscarlos y
formarlos: p. de una religión, de un
partido, o de seguidores de una religión, de un partido, de una idea.
Como
se puede ver, el término, en italiano, no tiene en sí ningún significado
peyorativo; se usa preferentemente en el ámbito religioso y político, campos en
los que la tendencia a hacer prosélitos resulta absolutamente normal. En
inglés, donde también existe un verbo proselytize
(= «hacer prosélitos», «hacer proselitismo»), los diccionarios registran
también un uso peyorativo (disapproving)
del término.
¿Qué
cosa es un prosélito? Nuevamente tomamos del mencionado diccionario de Treccani la siguiente explicación:
En
la antigua religión hebrea, quien se convertía del paganismo al judaísmo (el
término originalmente indicaba al extranjero residente en el territorio de
Israel). Luego, por extensión, al nuevo seguidor de una religión, de una idea,
de un partido, de una corriente literaria, artística y sim.; buscar, hacer,
encontrar, conquistar prosélitos.
Es
conocido, en los Hechos de los Apóstoles, el relato de Pentecostés, en el que
encontramos un elenco de los presentes en Jerusalén con motivo de la fiesta:
Partos,
Medos, Elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto
y del Asia, de la Frigia y Panfilia, del Egipto y de las partes de Libia cerca
de Cirene, romanos residentes, Judíos y prosélitos, Cretenses y Árabes, y los
oímos hablar en nuestras lenguas de las grandes obras de Dios (2, 9-11).
En
los Hechos de los Apóstoles el término «prosélitos» sirve en general para
indicar a los no-judíos que se habían incorporado al pueblo elegido no
solamente por la observancia de la ley, sino también por la aceptación de la
circuncisión (solo por dar un ejemplo: Nicolás, uno de los siete, era un
prosélito –6, 5). De éstos hay que distinguir los «temerosos de Dios» (10, 2) o
«los creyentes en Dios» (literalmente, «adoradores [de Dios]» –13, 50; 16, 14; 17, 4, 17; 18, 7), quienes,
a pesar de convertirse al judaísmo, a diferencia de los prosélitos no habían
llegado finalmente a la circuncisión (entre los temerosos de Dios debe contarse
el centurión Cornelio).
La
palabra griega προσήλυτος (derivado de προς, «hacia», y de ἔρχομαι, «venir») originalmente
significaba «advenedizo», «extranjero»; luego pasó a significar «convertido»
(al judaísmo). Los cristianos retomaron el término para indicar a todos los que
se adherían a su fe; sucesivamente se utilizó para referirse a los nuevos
seguidores de cada religión, para pasar finalmente a significar a cuantos
abrazan las ideas de cualquier doctrina o partido.
Como
decía la nota clarificadora presente en Camino,
la palabra «proselitismo» ha sido utilizada por los cristianos durante siglos
sin problemas, incluso con un significado positivo. Hacer prosélitos era
considerado un deber, que tenía su fundamento en lo que a veces se llama el
«gran mandato» (Great Commission) de
Jesús resucitado a los apóstoles al final del Evangelio de Mateo: Euntes docete omnes gentes (28, 19). Es
interesante notar que mientras en la traducción anterior de la CEI (1974) se
leía: «Id y enseñad a todas las naciones
...», en la nueva traducción
(2008) se lee: «Id y haced discípulos a
todos los pueblos ...». En efecto, el verbo griego μαθητεύω (derivado de
μαθητής , «discípulo»), que se traduce generalmente como «instruir»,
«amaestrar» (en la Vulgata se ha traducido precisamente con docete), tiene como significado primario
«hacer discípulos». ¿Alguien puede decirme la diferencia entre «hacer discípulos»
y ... «hacer prosélitos»?
En
tiempos recientes el término «proselitismo» ha adquirido progresivamente un
sentido peyorativo. Hay que decir que una connotación algo negativa se
encuentra ya en el Nuevo Testamento, en el contexto de la controversia de Jesús
con los fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que
recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito, y luego de hecho, le
hacéis digno de la gehenna dos veces más que vosotros» (Mt 23, 15). El fenómeno
de la desaprobación actual del proselitismo parece sin embargo haber surgido en
el contexto de las relaciones ecuménicas entre la Iglesia católica y las
Iglesias ortodoxas. En el encuentro del 7 de diciembre de 1987, el Papa Juan
Pablo II y el Patriarca de Constantinopla Dimitrios I afirmaron en una común
declaración: «Rechazamos toda forma de proselitismo, cualquier actitud que sea
o pueda ser considerada como una falta de respeto». En 1993, la Comisión mixta
internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia
ortodoxa, durante su séptima sesión plenaria en Balamand (Líbano) en los días
17 al 24 de junio sobre el tema «El uniatismo, método de unión del pasado, y la
presente búsqueda de la plena comunión», publicó un documento (generalmente
conocido como Declaración de Balamand),
en el cual la Iglesia Católica se comprometía a no hacer más proselitismo entre
los Ortodoxos (nn. 22 y 35). Son conocidas las acusaciones de proselitismo
hechas por la Iglesia Ortodoxa Rusa a la Iglesia Católica, especialmente
después de la caída del comunismo y el establecimiento de algunas
circunscripciones eclesiásticos católicas en el territorio canónico del
patriarcado de Moscú (2002).
Obviamente
el rechazo del proselitismo no es solo un fenómeno cristiano; también se ha
difundido entre otras religiones. Por ejemplo, en los países islámicos, incluso
cuando la Constitución reconoce el derecho a la libertad religiosa,
generalmente la ley prohíbe a las otras religiones ejercitar cualquier forma de
proselitismo, y la conversión de un musulmán a otra religión («apostasía») es
considerada un crimen susceptible incluso de la pena de muerte. En la India, un
país desde siempre multi-religioso y con una tradición secular de tolerancia,
en los últimos años se han aprobado, por parte de algunos estados, leyes
anti-conversión con intención de impedir el paso de los hindúes al
cristianismo.
Personalmente
encuentro bastante extraño proclamar la libertad religiosa y luego prohibir el
proselitismo. Me parece que uno de los elementos esenciales de la libertad
religiosa es el derecho, para cada credo, de buscar nuevos adeptos; la libertad
religiosa no se puede reducir al ejercicio del culto. La Declaración Universal
de Derechos Humanos (1948) afirma al respecto:
Todo
individuo tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de
religión; tal derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de credo, y
la libertad de manifestar, aisladamente o en común, ya sea en público como en
privado, la propia religión o creencia en la enseñanza, en las acciones, en el
culto y en la observancia de los ritos (art. 18).
Obviamente
también la libertad religiosa, como cualquier otro derecho, está sujeta a
ciertas limitaciones. La Convención internacional de derechos civiles y
políticos (adoptada en 1966 y entrada en vigor en 1976) menciona las únicas
restricciones admisibles:
La
libertad de manifestar la propia religión o credo puede estar sujeta únicamente
a las limitaciones prescritas por la ley y necesarias para proteger la
seguridad, el orden y la salud pública, la moral o los derechos fundamentales y
la libertad de los demás (art. 18, § 3).
A
estas limitaciones se pueden añadir las condiciones previstas por el Concilio
Vaticano II:
A
la hora de difundir la fe religiosa e introducir costumbres, se debe evitar siempre
cualquier forma de proceder en la que existan presiones coercitivas y apremios
deshonestos o menos rectos, especialmente hacia personas inmaduras o
necesitadas. Tal forma de actuar debe considerarse como un abuso del propio
derecho y como una lesión del derecho (Dignitatis
humanae n. 4).
Por
tanto, el proselitismo cae dentro de los derechos naturales del hombre, que de
ningún modo puede ser impedido por la autoridad civil o religiosa. El problema,
en todo caso, se refiere a la modalidad de su ejercicio: se puede hacer
proselitismo de maneras muy diversas. En este sentido, podemos hacer nuestra
con toda tranquilidad las seis modalidades propuestas por el Card. Martini (por
proclamación, por convocación, por atracción, por irradiación, por contagio y a
modo de fermento) y rechazar cualquier forma de coacción, ya sea física o
moral. Y también debemos guardar las observaciones hechas por el Papa Francisco
el domingo pasado sobre el «estilo de Jesús».
Por
lo demás, en una sociedad democrática, como pretende ser ésta en la que
vivimos, nadie soñaría con impedir la propaganda política o la publicidad en el
ámbito comercial; la libre competencia es uno de los principios fundamentales
sobre los que se basa el sistema económico actual. No se ve por qué motivo solo
en el campo religioso debería regir un sistema diverso, en el que no sería
lícito promover libremente el propio credo y tratar de convencer a otros para
que lo sigan. Obviamente, al igual que en el campo político, económico y
comercial se exige corrección y se aboga por la adopción de un código ético,
con mayor razón en el ámbito religioso debe esperarse que se respeten las
normas de la moral y las reglas básicas de la convivencia civil.
A
estos criterios de comportamiento se podría añadir una especial consideración a
los hermanos separados, a fin de que no se viole el derecho de cada Iglesia a
presentarse a sí misma sin complejos (y sin ningún desdoro en relación con las
demás Iglesias) y el derecho de todo fiel de adherirse libremente.
Para
concluir, creo que puede ser útil establecer algunos puntos:
1.
El concepto de «proselitismo» no tiene nada de negativo y reprensible en sí mismo:
hacer prosélitos cae entre los legítimos derechos de cualquier religión. Para
la Iglesia, además de ser un derecho, es también, y sobre todo, un deber.
2.
Lo que puede ser objeto de crítica son eventualmente los modos de ejercitar el
proselitismo, cuando este se lleva a cabo con métodos que no respetan la
dignidad humana. El hecho de que en algún caso incluso la Iglesia haya podido
recurrir a métodos cuestionables de proselitismo no justifica el repudio del
proselitismo qua talis (en cuanto tal).
3.
Afirmar –como lo hizo Benedicto XVI en Aparecida y como el Papa Francisco no
deja de repetir– que «la Iglesia no hace proselitismo. Ella se desarrolla sobre
todo por “atracción”» no es lógicamente correcto, porque se oponen dos
conceptos («proselitismo» y «por atracción») que no se excluyen mutuamente (también
puede darse y es deseable, un proselitismo «por atracción»). Tal oposición
podría darse si acaso entre los modos de hacer proselitismo («por atracción» o
«por coacción»).
4.
Se podría despachar la controversia como una simple quaestio de nominibus (cuestión de nombres), similar a muchas otras
en el pasado, sin ninguna incidencia efectiva en la realidad. Hay que reconocer
que a menudo bastaría ponerse de acuerdo sobre el significado de las palabras
que se usan, y muchas controversias dejarían de existir. Pero la experiencia de
estos años nos ha enseñado que los cambios en el léxico son a menudo la
envoltura externa de transformaciones ideológicas mucho más radicales.
Consideremos, por ejemplo, la imposición del llamado «lenguaje inclusivo» en el
mundo anglosajón (gracias al Cielo, se nos ha ahorrado en parte esta polémica),
por medio del cual se ha hecho pasar imperceptiblemente la ideología del gender (del género). Todos sabemos cómo
cierto lenguaje «políticamente correcto» refleja determinadas visiones
ideológicas de la realidad. En el ámbito eclesial, ha habido alguien (Plinio
Corrêa de Oliveira) que ha puesto en evidencia el papel del «traslado
ideológico inadvertido» realizado a través de algunas «palabras talismánicas»
con vistas a un cambio radical de mentalidad. Pues bien, no excluiría para nada
que también en el caso del «proselitismo» se haya operado una gradual variación
de significado para alcanzar un objetivo ideológico definido; se ha partido de
un deterioro semántico del término «proselitismo» (desde «señal de auténtico
celo» a «tonterías», e incluso ahora a «pecado») para luego pasar a
culpabilizar a quienes lo practican, y llegar finalmente a inhibir cualquier
actividad evangelizadora de la Iglesia. Ciertamente no es esta la intención de
los últimos Papas, pero quizá una mayor conciencia de ciertos mecanismos
ocultos y una pizca más de cautela en hacer ciertas afirmaciones no vendría
mal.
Texto original: Querculanus
No hay comentarios:
Publicar un comentario