Cerrábamos
el post anterior con el apremiante llamado del Cardenal Ratzinger a aprender y
recuperar en toda su integridad el gesto de arrodillarse. En esa misma línea
resulta interesante la recomendación hecha en la tercera edición del Misal
Romano aparecida en el 2002: Los fieles «estarán de rodillas durante la
consagración, a no ser que se lo impida la enfermedad, o la estrechez del lugar
o el gran el gran número de asistentes u otros motivos razonables. Quienes no
se arrodillan durante la consagración, harán una inclinación profunda mientras
el sacerdote hace la genuflexión después de
la consagración». Y más adelante concluye: «Donde existe la costumbre de
que el pueblo permanezca de rodillas desde que termina la aclamación del Santo
hasta el fin de la Plegaria eucarística y antes de la Comunión cuando el
sacerdote dice: Éste es el Cordero de Dios, es loable que se conserve» OGMR, n°
43)
Indudablemente
se trata de una valiosa aunque tímida recomendación para permanecer de rodillas
durante toda la recitación del Canon y en otros momentos señalados de la misa. Sin
embargo se esconde aquí una graciosa ironía: «Donde existe la costumbre»,
señala la Institutio. Pero si
precisamente esa era la costumbre universal en la Iglesia antes de la reforma
conciliar; y donde se abandonó este piadoso uso para reducirlo exclusivamente a
la consagración, ha sido por disposición de las mismas conferencias
episcopales, esclavizadas a su vez por
el criterio de unos pocos «expertos» que les imponen sus modas. Me pregunto si
a partir del 2002 algún obispo o conferencia episcopal haya siquiera intentando
restablecer esta preciosa costumbre, allí donde fue abolida por sus mismos
predecesores.
Temo
que muchas veces se ha violentando esa sana libertad que la Iglesia siempre
respetó en el pueblo fiel de seguir la misa como mejor conviniera. Hoy, por el
contrario, se quiere controlar hasta los minutos que el pueblo debe permanecer
de rodillas, de pie o sentado; lo que debe decir, cantar, repetir, oír o
callar, si debe utilizar el ustedes o el vosotros, y un largo etc., como si se
tratase de una clase de párvulos. Resistir sin desobedecer me parce la consigna
adecuada para quien no está dispuesto a que le roben la piedad y el santísimo
deseo de adorar.
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