Oda al gallo es el título de un hermoso poema de Pablo Neruda. Con
su genial maestría verbal y su talento lleno de musicalidad en el uso del lenguaje, el
poeta canta así las virtudes de esta simpática y campestre ave de corral:
«Vi
un gallo
de
plumaje
castellano:
de
tela negra y blanca
cortaron
su
camisa,
sus
pantalones cortos
y
las plumas arqueadas
de
su cola.
Sus
patas enfundadas
en
botas amarillas
dejaban
brillar
los espolones
desafiantes
y
arriba
la
soberbia
cabeza
coronada
de
sangre
mantenía
toda
aquella apostura:
la
estatua
del
orgullo.
Nunca
sobre
la tierra
vi
tal seguridad,
tal
gallardía:
era
como
si el fuego
enarbolara
la
precisión final
de
su hermosura:
dos
oscuros
destellos
de
azabache
eran
apenas
los
desdeñosos ojos
del
gallo
que
caminaba como si danzara
pisando
casi sin tocar la tierra.
Pero apenas
Pero apenas
un
grano
de
maíz, un fragmento
de
pan vieron sus ojos
los
levantó en el pico
como
un joyero
eleva
con
dedos delicados un diamante,
luego
llamó
con guturales oratorias
a
sus gallinas
y
desde lo alto dejó caer
el
alimento.
Presidente
no he visto
con
galones y estrellas
adornado
como
este
gallo
repartiendo
trigo,
ni
he visto
inaccesible
tenor
como
este puro
protagonista
de oro
que
desde
el
trono central de su universo
protegió a las mujeres
de
su tribu
sin
dejarse en la boca
sino
orgullo,
mirando
a todos lados,
buscando
el
alimento
de
la tierra
sólo
para
su ávida familia,
dirigiendo
los pasos
al
sol, a las vertientes,
a
otro grano
de
trigo.
Tu
dignidad de torre,
de
guerrero
benigno,
tu
himno
hacia
las alturas
levantado,
tu
rápido amor,
rapto
de sombras
emplumadas,
celebro,
gallo
negro
y blanco,
erguido,
resumen
de
la viril integridad campestre,
padre
del
huevo frágil, paladín
de
la aurora,
ave
de la soberbia,
ave
sin nido,
que
al hombre
destinó
su sacrificio
sin
someter
su
estirpe,
ni
derrumbar su canto.
No
necesita vuelo
tu
apostura,
mariscal
del amor
y
meteoro
a
tantas excelencias
entregado,
que
si esta
oda
cae
al
gallinero
la
picarás con displicencia suma
y
la repartirás a tus gallinas».
Agradecido,
aunque no del todo satisfecho por este homenaje que le tributa el hombre, el
gallo toma ahora la palabra y nos revela en persona su más noble prerrogativa:
Ego sum primus qui laudat
Deum
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