1. «Si celebramos con
devoción la venida del Señor, hacemos lo que debemos, pues no solo viene a
nosotros, sino para nosotros. Él no necesita de nosotros. La misma grandeza de
su dignación pone de manifiesto la enormidad de nuestra indigencia. El riesgo
de la enfermedad se conoce por el valor de la medicina, como la gama de los
achaques por la variedad de los remedios. ¿Qué sentido tendrían las distintas
gracias si no se diese ninguna diferencia en las necesidades?
Es
muy difícil expresar en un sermón la gama de indigencias que nos achacan. Pero
pueden reducirse a tres raíces comunes y en cierta manera principales. Ninguno
de nosotros puede prescindir de consejo, de ayuda y de protección. Es general
en toda la raza humana esta triple miseria. Y cuantos vivimos en la región de
la sombra de muerte, en la debilidad del cuerpo, en el lugar de la tentación,
si nos fijamos con atención, arrastramos miserablemente esta triple molestia.
Porque nos dejamos seducir con facilidad; somos débiles en las obras y frágiles
para resistir. Nos falta agudeza de discernimiento entre el bien y el mal y nos
engañamos. Si procuramos hacer el bien, desfallecemos. Si intentamos resistir
al mal, caemos y nos rendimos».
2. «Por esto necesitamos la
venida del Salvador. Es imprescindible, para hombres así embargados, la
presencia de Cristo. Y, ¡ojalá venga con tan infinita condescendencia, que more
en nosotros por la fe e ilumine nuestra ceguera! Permanezca con nosotros y
ayude a nuestra debilidad y que su fuerza proteja y defienda nuestra
fragilidad.
Si
él está en nosotros, ¿quién nos podrá engañar? Si él está con nosotros, ¿qué no
será imposible con aquel que nos robustece? Si él está en favor nuestro, ¿quién
estará contra nosotros? Es un fiel consejero que no puede engañarse ni engañar.
Es el robusto cooperador que nunca se cansa. Es el eficaz protector que pisotea
diestramente al mismo Satanás con nuestros propios pies y desbarata todas sus
asechanzas. Es la sabiduría de Dios, siempre dispuesto a instruir a los
ignorantes. Es la fuerza de Dios, capaz de alimentar siempre a los lánguidos y
librar al que zozobra. Corramos con gran decisión, hermanos míos, hacia este
único maestro. Llamemos en toda ocasión a este valiente compañero. Encomendemos
nuestras almas a este fiel protector en todo combate. Vino a este mundo para
vivir entre los hombres, con los hombres y en favor de los hombres; para
iluminar nuestras tinieblas, suavizar nuestras penas y evitar los peligros».
(San Bernardo, En el Adviento del Señor.
Serm. 7, BAC, Vol. III. p. 105)
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