A
modo de testimonio y como complemento del post anterior, transcribo un breve
texto de Tatiana Góricheva, una joven intelectual rusa conversa al cristianismo
y expulsada de su país en 1980. El contraste entre el cristianismo ortodoxo que
abrazó en su patria, envuelto de sufrimiento y vivido en la clandestinidad, y
cierto cristianismo decadente y burgués que le toca conocer por motivo de su emigración a Europa, le causa
confusión y dolor. El día 20 de agosto de 1980, recién llegada a Viena, apunta
en su diario:
«He
visto por televisión la primera emisión religiosa en toda mi vida. Doy gracias
a Dios de que entre nosotros haya ateísmo y no exista “formación religiosa”. Lo
que hacía aquel hombre en la pantalla era capaz de hacer salir de la Iglesia a
muchas más personas que la torpe palabrería de nuestros ateos pagados.
Impecablemente vestido, aquel predicador satisfecho de sí mismo tenía que
hablar de la caridad. Pero la forma en que se presentaba excluía por sí sola
cualquier posibilidad de predicación. Hasta hubiera impedido una simple
conversación con otra persona. Era un actor aburrido, malo, que actuaba con
gestos mecánicos y estudiados. Era un actor
sin rostro. Por primera vez comprendí cuán peligroso es hablar de Dios.
Cada palabra tiene que ser una palabra de sacrificio, rebosante de autenticidad
hasta los bordes. De lo contrario es preferible callar» (Tatiana Góricheva, Hablar de Dios resulta peligroso. Mis experiencias en Rusia y en Occidente. Herder
1987, p. 125).
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