San Alfonso María de Ligorio
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San
Alfonso María de Ligorio, hombre doctísimo con alma de niño, sigue siendo un
auténtico maestro espiritual y un guía excepcional en el arte de la oración.
Leyendo sus obras espirituales se aprende a tratar a Dios con afecto y ternura de
enamorado. Para
llegar a la intimidad con Jesucristo es bueno conocer a los santos: ellos son sus más íntimos amigos, y los amigos del Amigo nos enseñan cómo buscarlo y dónde encontrarlo.
Como
manifestación de su amor a Jesús Sacramentado, San Alfonso María compuso para
los sacerdotes (con leves modificaciones se adaptan a cualquier fiel) unas
oraciones de acción de gracias para cada día de la semana. Son oraciones que arrancan
del corazón afectos sublimes para honrar la visita de nuestro Rey sacramentado.
Ellas rezuman fe, piedad, contrición profunda, esperanza y, sobre todo,
chifladura de amor por Cristo. Dejo a continuación la oración de los sábados.
* * *
«H
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abla,
Señor, que tu siervo escucha. Oh Jesús amantísimo, también esta mañana has
venido a visitar mi alma; te doy las gracias desde lo hondo de mi corazón. Puesto
que has venido a mí, te pido que hables, dime qué quieres de mí, pues deseo
hacerlo todo. No merezco que vuelvas a hablarme, porque con frecuencia me he
negado a oír tu voz que me llamaba a tu amor, y volví mis dardos contra Ti.
Pero ya he hecho penitencia por mis pecados y todavía ahora me duelen, y confío
que ya habré obtenido tu perdón. Dime, pues, lo que quieres que haga, pues
estoy dispuesto a todo.
¡Ojalá
te hubiese amado siempre, ¡Dios mío! ¡Pobre de mí! ¡Cuántos años he perdido!
Pero tu Sangre y tus promesas me proporcionan la esperanza de reparar el tiempo
perdido, amándote solo a Ti a partir de ahora y agradándote en todo. Te amo,
Redentor mío; Dios mío; a ninguna otra cosa aspiro, sino a amarte con todo mi
corazón y a entregar mi vida por tu amor, ya que quisiste padecer por mí la
muerte. Te diré con palabras de San Francisco: «Moriré de amor por tu amor,
pues te dignaste morir por amor».
Jesús,
te entregaste todo entero por mí, diste tu Sangre, tu vida, todos tus sudores, todos
tus méritos; no tenías ya más que dar: Yo me entrego todo a Ti; te doy todos
mis goces, todas las delicias de este mundo, mi cuerpo, mi alma, mi voluntad;
ya no tengo más que darte; si más tuviera te lo daría. Bondadosísimo Jesús, Tú
me bastas.
Pero
Señor, haz que te sea fiel; no permitas que cambie mi voluntad y te abandone.
Espero, Salvador mío, que por los méritos de tu Pasión esto no me ocurrirá
nunca. Dijiste: Nadie que ha puesto su confianza en el Señor ha sido
defraudado. También yo puedo decir con toda confianza: En Ti, Señor,
espero; no quedaré nunca confundido. Espero, Dios de mi alma, y siempre
esperaré que nunca padeceré la confusión de verme separado de Ti. En Ti,
Señor, espero; no quedaré nunca confundido.
Dios
mío, Tú eres todopoderoso: hazme santo. Haz que te ame mucho, haz que no
desaproveche nada que redunde en tu gloria, y que consiga todo lo que te
agrade. ¡Qué dichoso sería yo si lo perdiera todo y solo te encontrara a Ti y a
tu amor! Para esto me diste la vida, haz que la gaste solamente en obras para
tu gloria. No merezco beneficios, sino penas; por eso te pido que me castigues
como quieras, con tal que no apartes tu gracia de mí.
Me
has amado sin medida, caridad infinita, bondad infinita, por eso te amo y te
amaré. Voluntad de Dios, Tú eres mi amor. Jesús mío, Tú has muerto por mí,
¡ojalá yo pudiera también morir por Ti y con mi muerte conseguir que todos te
amen! Bondad infinita, infinitamente amable, me pongo decididamente a tu lado y
te amo sobre todas las cosas.
Oh María, llévame a Dios;
dame confianza en Ti y haz que siempre acuda a Ti. Con tu intercesión debes
hacerme santo. Así lo espero».
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