lunes, 10 de agosto de 2020

CUANDO EL AMOR ARDE MÁS QUE EL FUEGO

Martirio de San Lorenzo, Tiziano

Breve extracto de un sermón de San Agustín en la fiesta de San Lorenzo mártir. Para el obispo de Hipona, solo la caridad que el Espíritu Santo derrama copiosamente en el corazón de sus amigos más selectos, explica esa fortaleza sublime con que los mártires han enfrentado atroces tormentos para ir gustosos al encuentro de Jesucristo. Con razón canta la Iglesia en su himno de acción de gracias por excelencia: «Te Martirum candidatus laudat exercitus», «A Ti te ensalza el blanco ejército de los Mártires» (Te Deum)

¿A qué se debe que San Lorenzo no temiese el fuego exterior
 sino a que dentro de él ardía la llama del Amor?

«P
ero la virtud solamente podrá salir invicta si la caridad no es fingida. Por tanto, quien derrama en nuestros corazones la caridad (Rm 5, 5) es quien nos da la verdadera virtud. ¿A qué se debe que el bienaventurado Lorenzo no temiese el fuego aplicado exteriormente sino a que dentro le ardía la llama de la caridad? Así, pues, hermanos míos, el mártir glorioso no temía las atroces llamas del fuego en su cuerpo, porque en su alma ardía el violentísimo deseo de los gozos celestes. En comparación del calor con que ardía su pecho, la llama exterior de los perseguidores resultaba fría. ¿Cómo hubiera soportado los pinchazos de tantos dolores si no hubiera amado los gozos de los premios eternos? Por último, ¿cuándo hubiese despreciado esta vida de no haber amado otra mejor? Y ¿quién puede dañaros —dice el apóstol Pedro— si sois amantes del bien? (1 Pr 3, 13). Aunque el perseguidor te inflija algún mal, no desfallezcas, lo que sucederá si amas el bien. Si amas en verdad, con todo tu corazón, el bien, soportarás con paciencia y serenidad de ánimo cualquier mal. ¿Qué daño hicieron al bienaventurado Lorenzo los tormentos que le infligieron los perseguidores? Con los mismos suplicios lo hicieron más resplandeciente, y para nosotros convirtieron esta fecha de su preciosa muerte en un día de gran fiesta». (San Agustín, Sermón 304, 4)

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