Interior
de la Catedral de Fidenza
Imagen:luoghimisteriosi.it
He
vertido al español un artículo muy sugerente que apareció tiempo atrás en el periódico italiano Italia Oggi. El autor comparte con sus lectores
las ideas que rondaron su mente mientras visitaba la Catedral de Fidenza, en una
hermosa mañana dominical de primavera. La espléndida arquitectura del templo, los rayos de luz que atraviesan su interior, y
la modesta misa que entonces ve celebrar, le hacen captar con agudeza la
desacralización que se ha operado en el culto y en el sacerdocio durante las
últimas décadas. No todo me parece exacto en sus reflexiones, –él mismo se
declara agnóstico–, pero su testimonio da que pensar e invita a un examen
sincero sobre los avatares de tantas reformas precipitadas, y ahora fracasadas,
que siguieron al último Concilio. Urge que la liturgia devuelva al sacerdote, principalmente
cuando está en el altar, parte de su majestad perdida.
* * *
Pensamientos sueltos durante una mañana en la espléndida
Catedral de Fidenza. ¿Fue oportuna la decisión del Concilio de volver al sacerdote
cara a los fieles?
Por
Domenico Cacopardo
Fuente: italiaoggi.it
Reproducido en messainlatino.it
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l
último domingo de mayo, con su sol claro y una brisa ligera, nos motivó finalmente
a mi esposa y a mí para dedicarnos al clásico paseo fuera de la ciudad. Desde
el año pasado que, por diversas razones, la última, obviamente, el Covid-19, no
habíamos puesto nuestros pies fuera de Parma, la ciudad donde vivimos. Elegí
Fidenza, una ciudad a la que por razones familiares estoy muy unido: de niño,
había acompañado allí a mi madre. En la ciudad vivían sus tíos y, en las visitas
a su familia, en Piacenza, no dejábamos de pasar unos días en la ciudad de San
Donnino. En los últimos años había estado allí alguna vez, y había tratado
inútilmente de volver a ver la Catedral (dedicada precisamente a San Donnino),
pero no lo había logrado debido a importantes e interminables restauraciones.
Se
trata de una iglesia importante que se remonta al 1117, cuya fachada románica
se atribuye a Benedetto Antelami, el artista nacido en Val d’Intelvi y que
trabajó sobre todo en la provincia de Parma. En el interior, sobre sus tres
naves, ya se aprecia la elevación de los arcos ojivales típicos del gótico, el
estilo aprendido por los constructores cristianos en Tierra Santa, incluso
antes de las cruzadas (iniciadas en 1096).
Como
tantas otras iglesias de ese período (se viene a mi memoria la Catedral de
Parma y otras más, como la de San Sixto en Viterbo y la Catedral de
Acquapendente) está dispuesta en dos niveles: el de los fieles y, más arriba,
el de los celebrantes. Hoy, la límpida luz de un día plenamente primaveral (que
puede volver muy grato el Valle del Bajo Po, privado para la ocasión de la
humedad y de los humores que normalmente lo atraviesan) golpeaba de modo
sugestivo el viejo altar elevado. El sacerdote celebrante estaba en la planta
baja junto con el público o, mejor dicho, con los fieles. Por supuesto, era
casi imposible identificarlo, ubicado en una esquina del templo, al inicio de
la escalera. Así, con tal estímulo visivo, se me ha venido a la mente un
pensamiento como incrédulo o agnóstico que soy.
Interior
iglesia de San Sixto en Viterbo
Imagen: wikipedia.org
La
cultura escenográfica de la Iglesia, sacada de los cultos egipcios, griegos y
romanos, preveía que los celebrantes no se confundieran con la grey de los
fieles asistentes. Estaban en una posición elevada, dando testimonio de un
diálogo con Dios en el que impetraban la misericordia en favor de sus ovejas.
O, como sucede en las iglesias orientales, escondidos en el «santuario» del que
se vislumbra algún borde de las vestiduras y provienen las voces de fascinantes
cánticos gregorianos.
Este
domingo, por ejemplo, un sacerdote colocado en la parte elevada habría sido
iluminado por el sol mientras que, muy sabiamente, la zona baja hubiera
permanecido en la sombra, la sombra que se aviene a una multitud indefinida y suplicante. Cualquiera podría haber imaginado que ese sacerdote estaba en
diálogo con la divinidad, recibiendo la iluminación adecuada para transmitir
a su rebaño.
Desde
el Concilio Vaticano II, la posición del sacerdote ha sufrido un cambio: ya no
está con el rostro vuelto hacia el Sagrario con la Hostia consagrada (que,
según los católicos, es el Cuerpo de Cristo) y, en consecuencia, hacia Dios,
sino vuelto hacia los fieles. Y nunca como en este domingo, en la Catedral de
San Donnino de Fidenza, se podía comprender que, con este cambio, el sacerdote
celebrante había perdido todo carisma, todo vínculo con el Dios del dogma y del
misterio y se había convertido en un fiel como los demás, dotado de facultades
terrenales delegadas por una Iglesia menos (o tal vez no) efusiva con su Dios.
Para
un incrédulo y agnóstico, una prueba visible, palpable, de la secularización
del catolicismo y del derrumbe de su sacralidad que, durante muchos siglos, con
razón o sin ella, ha existido y ha sido reconocida por el cuerpo laical. Un
colapso que también se hizo evidente por su reacción frente a la pandemia: una
respuesta totalmente terrenal, tan terrenal que ha renunciado a la relación con
la trascendencia que le garantizaba el rito de la Misa y la Comunión.
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