viernes, 28 de diciembre de 2018

JUGAR AL ESCONDITE CON DIOS


Con su nacimiento oculto y silencioso en la gruta de Belén, Dios nos invita a que juguemos al escondite con Él. Se oculta para despertar en nosotros el anhelo amoroso de su búsqueda, para luego compartir la alegría del encuentro y del abrazo. Así lo sugiere este sentido texto del entonces Cardenal Ratzinger:


«D
ios se ha hecho hombre, se ha hecho niño. De este modo cumple la excelsa y misteriosa promesa, será Emmanuel: Dios con nosotros. Ya no es inalcanzable para nadie. Dios es Emmanuel. Haciéndose niño nos ofrece el tú. Se me ocurre al respecto una historia rabínica que Elie Wiesel ha registrado. Wiesel cuenta que Jehel, un joven muchacho, entró llorando en casa de su abuelo, el famoso Rabí Baruch. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, mientras se lamentaba: mi amigo me ha abandonado, ha sido injusto y poco amable conmigo. Vamos, vamos, ¿no puedes explicármelo más despacio?, le pregunto el maestro. Sí, respondió el pequeño. Hemos jugado al escondite. Y yo me he escondido tan bien que mi amigo no ha podido encontrarme. Así pues, ha dejado de buscarme y se ha ido. ¿No ha sido antipático? El más bello escondite ha perdido su belleza, porque mi amigo ha interrumpido el juego. En ese momento el maestro le acarició las mejillas, al tiempo que los ojos se le inundaban de lágrimas. A continuación dijo: sí, eso es muy poco cortés. Pero, ¿sabes?, lo mismo ocurre con Dios. Él se ha ocultado y nosotros no lo buscamos. Imagínate lo que esto significa: Dios se ha ocultado y nosotros no lo buscamos ni siquiera una vez. En esta pequeña historia se puede descubrir de un modo manifiesto el misterio de la Navidad. Dios se oculta. Espera que la criatura se ponga en camino, que surja un nuevo y libre sí dirigido a Él, que en la criatura tenga lugar el acontecimiento del amor. Espera al hombre». (Joseph Card. Ratzinger, Cooperadores de la verdad, Rialp 1991, p. 488).

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