Reproducimos con su venia la semblanza que el filósofo Jorge Peña ha preparado para la prensa (El
Mercurio de Santiago de Chile), con ocasión del fallecimiento de Robert
Spaemann, uno de los pensadores católicos más destacados de nuestro tiempo, y gran
amigo y defensor de la liturgia tradicional de la Iglesia.
Robert Spaemann
(1927-2018)
Por Jorge Peña Vial
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pocas horas ha fallecido, a los 91 años, uno de los más grandes pensadores del
siglo XX, y quizás uno de los mejores filósofos católicos de nuestro tiempo:
Robert Spaemann. Fue profesor de filosofía en las universidades de Stuttgart,
Heidelberg -en cuya cátedra sucedió a Gadamer- y en la universidad de München.
Fue nombrado doctor Honoris Causa por las universidades de Friburgo, Navarra y
el 2 de septiembre de 1998 la Pontificia Universidad Católica de Chile, le
otorgó el grado de Doctor Scientiae et Honoris Causa, ocasión en el que dictó
la conferencia “Natural-No natural ¿son nociones significativas para la moral?
(Cuadernos Humanitas n°12). Estuvo en dos ocasiones en Chile y tanto en la
universidad Católica como en la universidad de los Andes, pronunció notables
conferencias y clases, ocasión en que, además, fue nombrado miembro emérito de
la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto
Chile.
Casi
todas sus obras han sido traducidas al castellano de las que menciono algunas
pocas: “Felicidad y Benevolencia”, “Lo natural y lo racional”, “Límites”,
“Persona: acerca de la distinción entre algo y alguien”, “El rumor inmortal: la
cuestión de Dios y la ilusión de la Modernidad”. Amigo y mentor de Benedicto
XVI dejó una honda huella en muchísimos filósofos de inspiración católica. Un
concepto central de su filosofía es el concepto teleológico de naturaleza de
filiación aristotélica, y la fundamentación de la ética en torno a la noción de
persona. Su filosofía aborda la naturaleza como presupuesto de la praxis, el
abandono del concepto teleológico de naturaleza en la civilización
científico-técnica, la naturaleza como concepto normativo, la alternativa entre
dominio de la naturaleza y el libre recuerdo de ella. Es propio del hombre
trascender la naturaleza, pero sin olvidarla si anhela ser digna. La cultura es continuación de la naturaleza,
no supresión o abandono de ella. “En tanto el dominio de la naturaleza no se
guíe y, a la vez, se limite teleológicamente -es decir, por determinados fines
queridos y alcanzados en común-, sino que se expanda sin rumbo fijo, el dominio
irracional sobre los hombres seguirá teniendo lugar”.
Sus
obras abren horizontes esperanzadores para una verdadera renovación de la
cultura que esté a la altura de los desafíos de nuestro tiempo.
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