Así como Cristo, clavado en
el patíbulo de la Cruz, dando un fuerte
grito, expiró (Mc 15, 37), también muchísimos mártires del siglo XX
expiraron luego de proferir una gran voz: ¡Viva Cristo Rey! Con este
postrer grito, testimonio de fe heroica, se dispusieron a disfrutar del botín
que el gran Rey les había reservado. Resulta luminosa al respecto la siguiente consideración de un
gran doctor de la Iglesia: «Cuando los reyes de la tierra han alcanzado
señaladísima victoria, reparten el botín cogido al enemigo entre los que le
ayudaron a combatir; así hará también Jesucristo en el día del juicio: dará
parte de los bienes de su reino celestial a todos los que han trabajado y
padecido por su causa». (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 269)
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