A continuación, una hermosa
reflexión de San Agustín sobre el misterio de las tentaciones de Cristo en el
desierto.
«P
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ues nuestra vida en
medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro
progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a
sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si
no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.
Éste que invoca
desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra
abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, a su cuerpo, quiso prefigurarnos
también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo,
a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza los
precedió.
De forma que nos
incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer
que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que
Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque
Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti
procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los
ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la
tentación, y de él para ti la victoria.
Si hemos sido
tentados en él, también en él vencemos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue
tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y
reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no
hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú
fueras tentado» (San Agustín, Comentarios
sobre los salmos (Ps 60, 2-3: CCL
39, 766).
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