El pasado 2
de febrero un grupo de jóvenes universitarios celebraron la fiesta de la
purificación de Nuestra Señora –la Virgen de la Candelaria, de mucho arraigo en el país– con una Misa según la forma extraordinaria del rito
romano. La Misa se celebró en un oratorio de la Prelatura del Opus Dei en
Santiago de Chile. El encanto de no pocos jóvenes por la misa tradicional es un
fenómeno de gran interés pastoral que, a mi juicio, no se le ha prestado la atención
debida, al menos la que deseó nuestro papa emérito Benedicto. Ojalá el
próximo Sínodo sobre los jóvenes sea ocasión para ello. Quizá por su temprana
edad los jóvenes se sientan especialmente afectados por aquel hermoso versículo del salmo 42 repetido hasta tres veces al pie del altar: Introibo ad altare Dei: ad Deum qui
lætificat iuventutem meam, me acercaré al altar de Dios, al Dios que es la
alegría de mi juventud. Esa misma juventud de espíritu, libre de prejuicios que
la vetustez suele acumular, hace que los jóvenes descubran y gocen con la
sobria y solemne sacralidad del viejo rito: encuentran a Dios y se fascinan por
Él.
El interés de la juventud en la forma extraordinaria es mencionado sólamente al paso, en una sola línea, en el motu proprio de Benedicto XVI, laconismo que resulta de maravillosa elocuencia.
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