martes, 14 de marzo de 2017

RESPUESTA AL RELATIVISMO DEL PADRE SOSA (I)


La ligereza de ciertas opiniones del actual general de los Jesuitas, padre Arturo Sosa, vertidas en una entrevista a la página de información eclesial rossoporpora ha suscitado, como era de prever, no pocas reacciones críticas. Presentamos aquí (en dos entradas), la traducción española -realizada por la redacción- de un contundente artículo del padre Antonio Livi, prestigioso filósofo italiano, en el que sale al paso de algunas ambiguas y hasta escandalosas afirmaciones del actual general de la Compañía.

Jesús (non) dixit: el jesuita que ofende a Cristo
por Antonio Livi (24-02-2017)

La entrevista al general de los jesuitas padre Arturo Sosa, para quien las palabras de Jesús deberían ser contextualizadas porque los evangelistas no llevaban consigo una grabadora, por su absoluta incoherencia lógica, no merecería ningún comentario teológico, sino más bien una risotada. Sin embargo, tratándose de una intervención del actual general de los Jesuitas en el debate sobre la interpretación de un documento pontificio tan problemático como Amoris laetitia, se hace necesario, por la responsabilidad pastoral respecto a los fieles a los que la entrevista ha llegado por los medios de comunicación internacionales, una llamada aclaratoria sobre la correcta relación del Magisterio y/o de la sagrada teología con la verdad revelada, aquella por la que Dios “ha querido hacernos conocer su vida íntima y sus designios de salvación para el mundo” (Vaticano I, constitución dogmática Dei Filius, 1870).

Los fieles católicos (tanto pastores como fieles) saben que la verdad que Dios ha revelado a los hombres hablando por medio de los Profetas del Antiguo Testamento y luego mediante su propio Hijo, Jesús (cf. Hebreos, 1, 1), es custodiada, interpretada y anunciada infaliblemente por la Apóstoles, a los que Cristo confirió el poder del magisterio auténtico de la evangelización y la catequesis. Cristo dijo a los Apóstoles: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza. Y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lucas, 10, 16). El valor de verdad de la doctrina de los Apóstoles y de sus sucesores (los obispos encabezados por el Papa) depende, por tanto, enteramente del valor de verdad de la doctrina de Cristo mismo, el único que conoce el misterio del Padre: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me ha enviado” (Juan, 7, 16). El Padre Sosa, prisionero como es de la ideología irracionalista (pastoralismo, praxisismo, historicismo) es alérgico a la palabra “doctrina”, pero no se da cuenta de que con esta necia polémica ofende no solo a la Iglesia de Cristo, sino a Cristo mismo.

Tan esencial es la potestad de magisterio (munus docendi), que Cristo la ha conferido a los Apóstoles juntamente con el poder de administrar los sacramentos de la gracia (munus sanctificandi), por el que los hombres pueden ser santificados, es decir, unidos ontológicamente (no sólo moralmente) a Cristo, y en Él, en la unidad del Espíritu, a Dios que es el único verdaderamente Santo. En efecto, Jesús dice a los Apóstoles: "Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo, 28, 20).

Y para proveer a las necesidades espirituales de los fieles, con la constitución jerárquica de la Iglesia, Cristo también ha conferido a los Apóstoles la misión pastoral (munus regendi). Se entiende entonces que no se pueda pensar en reformas “pastorales” de la Iglesia, en contraste con la doctrina dogmática y moral –como querría el padre Sosa– con la excusa de supuestas inspiraciones de un fantasmal “Espíritu”, que ciertamente no es el Espíritu de Jesús (Aquel que “ex Patre Filioque procedit”), ya que contradice derechamente su doctrina y sus mandamientos, incluso allí donde Jesús ha hablado de modo definitivo e inequívoco, como es el caso del matrimonio natural, que es indisoluble porque Dios así lo ha instituido “desde el principio”.

No sirve de nada –y mucho menos a la edificación de la fe de los católicos de hoy–  sostener con argumentos pseudo-teológicos, es decir, con la propaganda revolucionaria, las reformas doctrinales de una imaginaria “Iglesia de Bergoglio”; los fieles saben muy bien que la “Iglesia de Bergoglio” no existe y que no puede existir, porque Dios ha querido únicamente la Iglesia de su Hijo, la Iglesia de Cristo, Verbo encarnado y Cabeza del Cuerpo Místico, siempre presente para ser el único Maestro, Sacerdote y Rey para toda generación, hasta el fin de los tiempos (véase el clásico tratado teológico del cardenal Charles Journet, L’Eglise du Verbe Incarné, Desclée, París-Brujas 1962, y el reciente ensayo del Prefecto de la Congregación de la Fe, el cardenal Gerhrard Ludwig Müller, titulado Der papst - Sendung und Auftrag, Herder Verlag, Frankfurt 2017).

No sirve de nada hablar de una “Iglesia del pueblo”, imaginada según los esquemas ideológicos de una pretendida “teología del pueblo” sudamericana, donde está la “base”, “concientizada” por los intelectuales de planta (los teólogos), que decide qué doctrina y qué praxis responden a las necesidades políticas de un momento histórico y donde el Papa ya no es más el intérprete infalible de la verdad revelada y el administrador de los misterios salvíficos, sino el intérprete de la voluntad popular y el administrador de la revolución permanente. Son las aberraciones pseudo-teológicas que se encuentran ya en la Teología de la revolución del peruano Gustavo Gutiérrez y que toman su origen de la “nueva teología política” del alemán Johann Baptist Metz. El venezolano padre Sosa, siempre vinculado a esta corriente ideológica, vuelve a proponer hoy, en su intento de apoyar servilmente las supuestas intenciones revolucionarias del Papa Bergoglio, teorías que hace ya cuarenta años, bajo el Papa Wojtyla, han sido condenadas por el Magisterio como contrarias al dogma eclesiológico.

Tampoco sirve la coartada pseudo-teológica de una nueva y “aggiornata” interpretación de la Escritura, capaz de llegar a contradecir las “ipsissima verba Christi” y después capaz de descalificar como “fundamentalistas” a quienes en la Iglesia (no sólo los teólogos como Carlo Caffara sino incluso a Papas como San Juan Pablo II) se atienen al significado obvio y vinculante de las enseñanzas bíblicas. Estos sofismas pueden hacer presa en la opinión pública católica menos equipada con criterios de discernimiento; sin embargo hace ya tiempo que han sido desmontados y refutados punto por punto por los recientes documentos del Magisterio y de la crítica teológica (ver mi tratado sobre la verdadera y la falsa teología, Leonardo da Vinci, Roma 2012).

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