"Dios
de los espíritus de toda carne, Jesús amante de las almas, te encomendamos las
almas de todos tus siervos que han partido con el signo de la fe y duermen el
sueño de la paz. Te suplicamos, Señor y Salvador, que, así como en tu
misericordia hacia ellos te hiciste hombre, así ahora quieras apresurar el
tiempo y admitirlos en tu presencia. Recuerda, Señor, que son tus criaturas,
hechas no por dioses extraños sino por ti, el único Dios vivo y verdadero, pues
no hay otro Dios más que tú, ninguno que pueda igualar tus obras. Haz que sus
almas gocen en tu luz, y no les tengas en cuenta sus iniquidades de antes, que
cometieron por la violencia de la pasión o los hábitos corruptos de su
naturaleza caída. Pues, aunque han pecado, aun así creyeron siempre y
firmemente en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y antes de morir se
reconciliaron contigo con verdadera contrición y los Sacramentos de tu Iglesia.
Bondadoso
Señor, te suplicamos no recuerdes en su contra los pecados de su juventud y de
su ignorancia, sino que, de acuerdo a tu gran misericordia, los tengas
presentes en tu infinita gloria. Que los cielos se abran para recibirlos y los
ángeles se regocijen con ellos. Que el Arcángel San Miguel los conduzca a ti.
Que los santos ángeles salgan a recibirlos y los lleven a la ciudad de la
Jerusalén celestial. Que los reciba San Pedro, a quien le diste la llave del
reino de los cielos. Que los apoye San Pablo, el vaso de elección. Que interceda
por ellos San Juan, el discípulo amado que tuvo la revelación de los secretos
del cielo. Que recen por ellos los Santos Apóstoles, que recibieron de ti el
poder de atar y desatar. Que le ofrezcan su amistad todos los santos y elegidos
de Dios que en este mundo sufrieron tormentos por tu nombre. Que siendo
liberados de la prisión aquí abajo, puedan ser admitidos en las glorias de ese
reino, donde con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, siendo Dios, por
los siglos de los siglos.
Santos
de Dios, venid en su ayuda y obtenedles el rescate del lugar de castigo.
Ángeles, salid a su encuentro. Almas santas recibidlos y presentadlos ante el
Señor. Dales, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz que no
tiene fin.
Que
descansen en paz. Amén".
(John
Henry Newman, Meditaciones y devociones,
Ed. Agape Libros, Buenos Aires, 2007, p. 171.)
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