Quien ha tenido la
oportunidad de observar a sacerdotes celebrando a un mismo tiempo el Santo
Sacrificio en las así llamadas galerías de altares, deberá reconocer que esta
antiquísima costumbre de “concelebrar” es más piadosa que la
difundida concelebración actual. En aquella, resplandece en toda su dignidad la
figura egregia del sacerdote, solo y recogido junto al altar de Dios, cargado
con las necesidades de todo el pueblo cristiano. En la moderna forma de
concelebración, el alter Christus –otro Cristo- que es siempre el sacerdote cuando celebra la Santa Misa, nos
aparece con frecuencia reducido a mero número, inmerso en un gentío despersonalizado.
La persona del sacerdote, ordenada para
tener entre sus manos ungidas y consagradas la Víctima Sagrada y ofrecerla pro totius
mundi salute, por la salvación de todo el mundo, se nos presenta de algún modo empobrecida, asumiendo un
papel casi de simple espectador, a veces disperso. No es extraño, por tanto, que el mismo Benedicto XVI se planteara la cuestión de si en estas
concelebraciones multitudinarias “se mantiene aún la estructura querida por
el Señor” para una celebración eucarística. La concelebración no debe ser impedimento para esa intimidad y estrecha unión que el sacerdote y los fieles deben alcanzar con Cristo en la Santa Misa.
Siempre me he preguntado, principalmente cuando he visto a grupitos de sacerdotes concelebrando un día cualquiera: ¿Por qué no van a una capilla donde no haya sacerdote, y celebran?. Podrían ayudar a tanta gente que, en el campo, solo pueden acceder a una Misa mensual.
ResponderEliminarRealmente me aterra la cantidad de abusos que se generan en las concelebraciones: Principalmente, que los sacerdotes conversan, discuten, se rien... Eso es doloroso.
Saludos!