Hoy,
2 de agosto, la Iglesia celebra a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra
Señora de los Ángeles. Es por expresa disposición de Dios, que el señorío de
María se extiende a todo el universo, incluido los ángeles. Desde antiguo
algunos teólogos han pensado que la prueba a la que Dios sometió a los ángeles
para que alcanzaran su bienaventuranza eterna, consistió en darles a conocer
que el Verbo de Dios se haría hombre y junto a su madre, María, reinarían sobre
todas las cosas creadas y, por tanto, sobre todas las jerarquías y coros
angélicos. La orgullosa rebeldía frente a estos planes divinos explicaría la
caída de los ángeles malos y el terror que experimentan ante el nombre de
María. Pero los Ángeles Santos, fieles ejecutores de los designios de Dios, se
llenaron de gozo por la promesa de una Reina y Señora que Dios amaba más que al
resto de las creaturas. Lejos de sentirse humillados, se sintieron honrados de
poder servir tan estrechamente y con toda la perfección de su naturaleza
angelical a la que sería Madre de Dios. “Todos los ángeles en el cielo, como
dice san Buenaventura, le cantan incesantemente: Sancta, sancta, sancta María, Dei Genetrix et Virgo (Santa, santa, santa María, Virgen y Madre
de Dios). Y le ofrecen millones de veces todos los días la salutación
angélica: Ave María…etc., y
postrándose ante Ella le suplican su favor honrándolos con alguna de sus
órdenes. El propio San Miguel, según San Agustín, siendo príncipe de toda la
corte celestial, es el más celoso en rendirle y hacerle rendir toda especie de
honores, siempre a la espera de tener la honra de ir, según su mandato, a
prestar sus servicios a algunos de sus servidores” (San Luis María Grignion
de Montfort, Tratado de la verdadera
devoción a la Santísima Virgen). Las huestes de ángeles comandadas por su Señora y Reina son también para nosotros un poderoso ejército que nos asiste en el
combate por alcanzar el reino de los cielos.
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