Dominus tecum, virorum
fortissime (Iud.
6, 12); el Señor está contigo, el más
fuerte de los hombres. Con estas palabras saludó el ángel del Señor a
Gedeón, el valeroso juez que puso fin a la prepotencia de Madián sobre el
pueblo de Israel. Ante el inicial escepticismo de Gedeón, el ángel continúa: “Ve y con esa fuerza que tú tienes libra a
Israel de las manos de Madián: ¿no soy yo quien te envía”? Y Gedeón, puesta
su confianza plenamente en Dios, alcanzó sobre sus enemigos una victoria aplastante
y asombrosa. Y la historia se repite una y otra vez. A comienzos del siglo XX
Dios llama a San Pio X para que dirija con mano firme la nave de la Iglesia
ante la amenaza de una feroz tempestad: la irrupción del modernismo en la
Iglesia. Se trataba entonces de un mundo reducido de personas, por lo general provenientes
de medios eclesiásticos, que deslumbrados por las aparentes conquistas del
pensamiento moderno, no veían más futuro para la Iglesia que la subordinación
de la fe a este pensamiento, que en su entraña era esencialmente hostil a la
religión. La mentalidad típicamente modernista siempre muestra el mismo rostro:
afán por someter la fe de la Iglesia a las categorías del pensamiento imperante,
incluso si es agnóstico y ateo. Ya en su encíclica Iucunde sane de 1904, San Pio X denunciaba el intento de destruir
lo sobrenatural en base a una nueva ciencia a la que la Iglesia debía someterse.
En definitiva el modernista está plenamente convencido que la Iglesia ya no es la
salvación del mundo sino el mundo la salvación de la Iglesia. Bajo el lema Instaurare omnia in Christo, establecer
todas las cosas en Cristo, el pontificado de San Pio X, logró contener la ola
modernista por entonces incipiente. Sin embargo por una progresiva desidia en el
cumplimiento de tantas y tan saludables disposiciones dejadas por el Papa Sarto,
el modernismo ha rebrotado con inusitada fuerza en la Iglesia de nuestro tiempo,
dejando invariablemente tras de sí el triste panorama de un desierto. Pero Dios
no dejará de suscitar en su Iglesia hombres fuertes que librarán a su pueblo de
los infaltables “madianes”, siempre afanados por vender el rebaño del Señor a los extraños.
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