Copio
una página selecta de Santo Tomás de Aquino sobre la conveniencia de que el
Verbo se hiciese hombre para reparar nuestra miseria. Hilvanando textos de
Agustín y León Magno, el Doctor Angélico confecciona una ordenada y armoniosa
síntesis sobre el porqué del misterio de la Encarnación. Un texto especialmente
adecuado para meditar en este tiempo al calor de las escenas del pesebre.
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na
cosa puede ser necesaria de dos modos para alcanzar un fin: o como algo sin lo
que tal cosa no puede existir, como sucede con el alimento para la conservación
de la vida humana; o como algo con lo que se puede alcanzar el fin de manera
más perfecta y conveniente, por ejemplo, el caballo para viajar. En el primer
sentido no se puede afirmar que la encarnación del Verbo fuese necesaria para
la redención, pues Dios, por ser omnipotente, pudo rescatar al género humano de
infinidad de maneras distintas. En cambio, en el segundo sentido sí fue
necesario que Dios se encarnase para salvar a la naturaleza humana. Por eso
dice Agustín en el libro XIII De Trin:
Debemos demostrar que Dios, a cuyo poder
está todo sometido, no padece indigencia de medios; pero no existía otro más
oportuno para sanar nuestra miseria.
Para
convencerse de ello basta con atender a la promoción del hombre en el bien. Y
primeramente en lo referente a la fe, que se hace más segura al creer al mismo
Dios que nos habla. Por eso dice Agustín en el libro XI De Civ. Dei: Para que el
hombre caminase con más confianza hacia la verdad, la misma Verdad, el Hijo de
Dios, haciéndose hombre, constituyó y cimentó la fe. En segundo lugar, en
lo que atañe a la esperanza, que con eso se consolida. A este propósito dice
Agustín en el libro XIII De Trin: Nada hubo tan necesario para fortalecer
nuestra esperanza como el demostrarnos Dios cuánto nos amaba. Y ¿qué prueba más
palpable de este amor que el hermanamiento del Hijo de Dios con nuestra
naturaleza? En tercer lugar, en lo que concierne a la caridad, que con ese
misterio se inflama sobre toda ponderación. Por esto escribe Agustín en De catechizandis rudibus: ¿Qué causa mayor puede asignarse a la venida
del Señor que la de mostrarnos su amor? Y luego añade: Si hemos sido remisos para amarle, no lo seamos para corresponder a su
amor. En cuarto lugar, en lo que toca al recto comportamiento, en el que se
nos ofreció como ejemplo. A este respecto dice Agustín en un sermón De Nativitate Domini: No había que seguir al hombre, a quien
podíamos ver, sino a Dios, que no podía ser visto. Así, pues, para mostrarse al
hombre y para que éste le viera y le siguiera, Dios se hizo hombre.
Finalmente, la encarnación era necesaria para la plena participación de la
divinidad, que constituye nuestra bienaventuranza y el fin de la vida humana. Y
esto nos fue otorgado por la humanidad de Cristo; pues, como dice Agustín en un
sermón De Nativitate Domini: Dios se hizo hombre para que el hombre se
hiciese Dios.
De
manera análoga, la encarnación fue útil para alejar el mal. Primeramente,
porque de este modo aprende el hombre a no tenerse en menos que el demonio y a
no venerar al que es autor del pecado. Dice Agustín en el libro XIII De Trin: Cuando la naturaleza humana pudo ser unida a Dios hasta el punto de no
constituir con él más que una sola persona, los espíritus malignos no pueden
atreverse a anteponerse al hombre porque ellos no tienen carne».
Seguidamente, porque somos aleccionados acerca de la gran dignidad de la
naturaleza humana, para que no la manchemos pecando. De aquí que diga Agustín
en el libro De Vera Relig: Dios nos manifestó cuán excelso lugar ocupa
entre las criaturas la naturaleza humana al mostrarse entre los hombres con
naturaleza de verdadero hombre. Y el papa León dice en un sermón De Nativitate: Reconoce, ¡oh cristiano!, tu dignidad; y, ya que has sido hecho
partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a tu antigua vileza por un
comportamiento indigno. Después, porque para destruir la presunción humana nos fue otorgada la gracia de Dios en Cristo
hombre sin ningún mérito nuestro, como se dice en el libro XIII De Trin. En cuarto lugar, porque, como
vuelve a decir Agustín en el mismo sitio, la
soberbia humana, obstáculo principal para la unión con Dios, puede ser
confundida y curada por la profunda humildad de Dios. Finalmente, para
librar al hombre de la esclavitud. A este respecto dice Agustín en el libro
XIII De Trin: Debió hacerse de tal modo que el diablo fuese vencido por la justicia
de Jesucristo hombre, lo que se cumplió al satisfacer Cristo por nosotros.
Un simple hombre no podía satisfacer por todo el género humano; y Dios no
estaba obligado a hacerlo; luego era conveniente que Jesucristo fuese a la vez
Dios y hombre. Por eso dice el papa León en un sermón De Nativ: El poder asume la
debilidad, la majestad se apropia de la humildad, a fin de que, como era
necesario para nuestra redención, un solo y mismo mediador entre Dios y los
hombres pudiese, por un lado, morir y, por otro, resucitar. Si no fuese verdadero
Dios, no traería el remedio; y, de no ser verdadero hombre, no nos daría
ejemplo.
Hay
todavía otros muchos beneficios que se siguen de la encarnación, pero exceden
la comprensión humana» (S. Th., III,
q.1, a.2 c.).
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