La Adoración del los
Magos. Pedro Pablo Rubens
Foto: wikipedia.org
Tomando
pie del pasmoso ejemplo de humildad que el Señor nos ha dejado con su
nacimiento en Belén, Fulton Sheen escribía en su Vida de Cristo: «Un establo era el último lugar del mundo en que podía ser esperado. La Divinidad
se halla donde menos se espera encontrarla». Y tal hallazgo solo es posible
por la fe. En sus sermones de Epifanía, San Bernardo se goza en elogiar el
agudo ojo de la fe de los Magos precisamente porque adoran la divinidad en
medio de circunstancias en las que no era nada fácil reconocerla. «Explicadnos, extranjeros, vuestras
motivaciones, pues nunca hemos encontrado tanta fe en Israel. ¿No os ofende la
abyecta morada de un establo, ni las pobres cunas del pesebre? ¿No os
escandaliza la presencia de una madre pobre, ni la condición de un niño de
pecho»? (En la Epifanía del Señor, Sermón
3). Y en otro texto admirable compara la fe de los Magos con la del buen
ladrón y del centurión junto a la Cruz de Cristo:
«Ya que hoy se os propone
como ejemplo la actitud creyente de estos varones, ¿con quiénes les
compararemos y dónde encontraremos semejantes modelos? Si reflexiono sobre la
fe del ladrón o sobre la profesión de fe pública del centurión, me parece que
los Magos todavía les aventajan. Porque para entonces el Señor había realizado
milagros y muchos lo habían ya anunciado y adorado. Sin embargo, consideremos
las expresiones de fe de todos éstos. El ladrón gritaba desde la cruz: Señor,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. ¿Es que va hacia el reino a través
del patíbulo? ¿Quién te ha dicho que Cristo tenía que padecer para entrar en su
gloria? Y tú, centurión, ¿cómo lo conociste? Viendo que lanzó un grito al
expirar, confesó: Verdaderamente éste es el Hijo de Dios. ¡Qué maravilla!, qué
asombro!
Por eso os pido que os
fijéis con atención y veáis qué aguda es la fe, qué ojos de lince tiene. Conoce
al Hijo de Dios al verle mamando. Lo conoce colgado del madero, lo conoce
muriendo. Lo conoce el ladrón en el patíbulo, y los Magos en el establo; aquél,
sujeto con clavos; éstos, envuelto en pañales. El centurión conoció la vida en
la muerte. Los Magos, la fuerza de Dios en la debilidad de un cuerpo tierno. El
centurión, el Espíritu supremo a punto de expirar.
Los Magos conocieron al
Verbo de Dios en la infancia, pues lo que el ladrón y el centurión confiesan de
boca, éstos lo confiesan con sus regalos. El ladrón lo reconoce Rey; el
centurión, Hijo de Dios y hombre. Esto mismo lo simbolizaron los tres regalos
de los Magos, a diferencia de que en el incienso se significa no ya el Hijo de
Dios, sino Dios mismo». (San Bernardo, En la Epifanía del Señor. Sermón 2).
¡Qué
grande es el saber de la fe!: porque allí donde la sola visión humana nos hace sucumbir
a las apariencias, la visión de la fe nos abre a lo divino y maravilloso.
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