domingo, 5 de enero de 2020

LA FE DE LOS MAGOS

La Adoración del los Magos. Pedro Pablo Rubens

Tomando pie del pasmoso ejemplo de humildad que el Señor nos ha dejado con su nacimiento en Belén, Fulton Sheen escribía en su Vida de Cristo: «Un establo era el último lugar del mundo en que podía ser esperado. La Divinidad se halla donde menos se espera encontrarla». Y tal hallazgo solo es posible por la fe. En sus sermones de Epifanía, San Bernardo se goza en elogiar el agudo ojo de la fe de los Magos precisamente porque adoran la divinidad en medio de circunstancias en las que no era nada fácil reconocerla. «Explicadnos, extranjeros, vuestras motivaciones, pues nunca hemos encontrado tanta fe en Israel. ¿No os ofende la abyecta morada de un establo, ni las pobres cunas del pesebre? ¿No os escandaliza la presencia de una madre pobre, ni la condición de un niño de pecho»? (En la Epifanía del Señor, Sermón 3). Y en otro texto admirable compara la fe de los Magos con la del buen ladrón y del centurión junto a la Cruz de Cristo:

«Ya que hoy se os propone como ejemplo la actitud creyente de estos varones, ¿con quiénes les compararemos y dónde encontraremos semejantes modelos? Si reflexiono sobre la fe del ladrón o sobre la profesión de fe pública del centurión, me parece que los Magos todavía les aventajan. Porque para entonces el Señor había realizado milagros y muchos lo habían ya anunciado y adorado. Sin embargo, consideremos las expresiones de fe de todos éstos. El ladrón gritaba desde la cruz: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. ¿Es que va hacia el reino a través del patíbulo? ¿Quién te ha dicho que Cristo tenía que padecer para entrar en su gloria? Y tú, centurión, ¿cómo lo conociste? Viendo que lanzó un grito al expirar, confesó: Verdaderamente éste es el Hijo de Dios. ¡Qué maravilla!, qué asombro!
Por eso os pido que os fijéis con atención y veáis qué aguda es la fe, qué ojos de lince tiene. Conoce al Hijo de Dios al verle mamando. Lo conoce colgado del madero, lo conoce muriendo. Lo conoce el ladrón en el patíbulo, y los Magos en el establo; aquél, sujeto con clavos; éstos, envuelto en pañales. El centurión conoció la vida en la muerte. Los Magos, la fuerza de Dios en la debilidad de un cuerpo tierno. El centurión, el Espíritu supremo a punto de expirar.
Los Magos conocieron al Verbo de Dios en la infancia, pues lo que el ladrón y el centurión confiesan de boca, éstos lo confiesan con sus regalos. El ladrón lo reconoce Rey; el centurión, Hijo de Dios y hombre. Esto mismo lo simbolizaron los tres regalos de los Magos, a diferencia de que en el incienso se significa no ya el Hijo de Dios, sino Dios mismo». (San Bernardo, En la Epifanía del Señor. Sermón 2).

¡Qué grande es el saber de la fe!: porque allí donde la sola visión humana nos hace sucumbir a las apariencias, la visión de la fe nos abre a lo divino y maravilloso.


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