Fotografía: catholicvs.blogspot
En
su ensayo acerca de la misión de los Ángeles, Jean Daniélou nos ha dejado unas páginas selectas, de inspiración patrística, sobre el rol
predominante que las jerarquías celestes ejercen en la celebración del Sacrificio eucarístico. De nuestra parte, debemos asociarnos con reverencia y humildad a
los coros angélicos, para que nuestro pobre actuar humano no desentone ni perturbe la celestial melodía de los Serafines.
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los ángeles están asociados todavía mucho más al sacrificio eucarístico
propiamente dicho. La misa es, en efecto, una participación sacramental en la
liturgia celestial, en el culto oficialmente rendido a la Trinidad por el
pleroma de la creación espiritual. La presencia de los ángeles introduce la
eucaristía en el mismísimo cielo. Contribuye a rodearla de un misterio sagrado:
‘Los ángeles rodean al sacerdote’,
escribe san Juan Crisóstomo. ‘Todo el
santuario y el espacio en torno al altar están colmados por las potencias
celestiales para honrar a Aquel que está presente sobre el altar’. Y en otra
parte: ‘Represéntate en qué coros vas a
entrar. Revestido de un cuerpo, has sido juzgado digno de celebrar con las
potencias celestiales al común Señor de todos’. Y también: ‘He aquí la mesa regia. Los ángeles sirven a
esta mesa. El Señor mismo está presente’.
Vemos
así cómo el despliegue de la liturgia terrestre es como un reflejo visible, un
símbolo eficaz de la liturgia celeste de los ángeles. La misma liturgia expresa
esta unidad de ambos cultos en el prefacio, cuando invita a la comunidad
eclesial a unirse a los tronos y a las dominaciones, a los querubines y a los
serafines para cantar el himno seráfico, el Trisagio:
‘Reflexiona ante quien estás y con quien vas a invocar Dios: con los querubines.
‘Represéntate en qué coros vas a entrar.
Que nadie se asocie con negligencia a estos himnos sagrados y místicos. Que
ninguno conserve pensamientos terrenos (¡Levantemos el corazón!) sino que,
desprendiéndose de todas las cosas terrestres y transportándose todo entero al
cielo, como ubicándose junto al trono mismo de la gloria y volando con los serafines,
cante el himno santísimo del Dios de gloria y majestad’ (San Juan
Crisóstomo).
También
Teodoro de Mopsuesta subraya esta participación en la liturgia angélica en el Trisagio. Sobre esto hay que señalar que
este aspecto es particularmente caro a la tradición Antioquena. ‘El sacerdote menciona ciertamente a todos
los serafines que hacen subir hacia Dios esta alabanza que, por una revelación
divina, el bienaventurado Isaías conoció, y que él trasmitió por la Escritura.
Es esta alabanza la que todos nosotros, reunidos, hacemos en voz alta, de modo
tal que eso mismo que dicen las naturalezas invisibles también nosotros lo
digamos... Por ahí mostramos la grandeza de la misericordia que se ha extendido
gratuitamente sobre nosotros. El terror religioso llena nuestra conciencia, ya
sea antes de clamar ¡Santo!, ya sea después’. Se observa aquí que el canto
de los serafines es la expresión del temor sagrado. Describe el terror
reverencial que sienten las criaturas más altas en presencia de la infinita
excelencia divina. Y esto hace comprender mejor la santidad de la Eucaristía
que nos introduce con los serafines, en presencia del Dios muy Santo, velado
solamente por la frágil especie del pan y del vino» (Jean Daniélou, La misión de los ángeles, Ed. Paulinas
2006, p. 69-72).
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