Del Oficio de Lectura de la fiesta de hoy, tomo este hermoso pensamiento de San Beda el Venerable sobre la respuesta magnánima de Mateo al
llamado de Cristo; el flamante apóstol abre para su Señor no solo las puertas de su casa y de su ambiente,
sino también, y por encima de todo, las puertas de su corazón.
«Y, estando en la mesa en
casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron
con Jesús y sus discípulos. La conversión de un solo publicano fue una muestra de
penitencia y de perdón para muchos otros publicanos y pecadores. Ello fue un
hermoso y verdadero presagio, ya que Mateo, que estaba destinado a ser apóstol
y maestro de los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de
sí por el camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores. De este
modo, ya en los inicios de su fe, comienza su ministerio de evangelizador que
luego, llegado a la madurez en la virtud, había de desempeñar. Pero, si
deseamos penetrar más profundamente el significado de estos hechos debemos
observar que Mateo no sólo ofreció al Señor un banquete corporal en su casa
terrena, sino que le preparó; por su fe y por su amor, otro banquete mucho más
grato en la casa de su interior, según aquellas palabras del Apocalipsis: Estoy a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y
me abre, entraré y comeremos juntos» (San Beda el Venerable, Homilía 21: CCL 122,149-151).
No hay comentarios:
Publicar un comentario