Claustro de la Colegiata de
Santillana del Mar
(España). Foto: wikipedia
A
la espera de la inminente aparición en español del libro del Cardenal Sarah (Se hace tarde y anochece, Palabra 2019),
adelanto un texto, traducido de la edición francesa, sobre la liturgia como
lugar privilegiado de nuestra experiencia de Dios. Según el Cardenal Sarah, no
cabe esperar mucho de las reformas institucionales en la Iglesia, si no van a la
par de una reforma profunda de la fe de los creyentes. «La verdadera reforma de
la Iglesia –señala– consiste en dejarse modelar nuevamente por Dios». Para ello
es necesario volver a tener una experiencia personal con el Dios vivo y
verdadero, y el Cardenal menciona dos lugares privilegiados para este
encuentro fascinante: la liturgia y la quietud de los monasterios. El Prefecto
de la Sagrada Congregación para el Culto divino nos hace un llamado apremiante
a cuidar la sagrada liturgia, a rescatarla de la banalidad en que se ha sumido,
para que vuelva a ser el lugar excepcional de nuestra vivencia de Dios y de su
Iglesia.
***
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ás
que de palabras, nosotros tenemos necesidad de una experiencia de Dios.
Benedicto XVI decía en su discurso al clero de Roma el 22 de febrero de 2007: “Sólo
si hay una cierta experiencia, se puede también comprender”. Por tanto, tenemos
que hacernos esta pregunta: ¿cómo llevar a cabo la experiencia de Dios? Debemos,
pues, volver a hacer esta experiencia de la Iglesia como un lugar donde Dios se
nos entrega. En esta perspectiva, me gustaría señalar dos prioridades. En
primer lugar, existe un lugar dónde podemos tener esta experiencia de Dios y de
la Iglesia: es la liturgia. Aquí no es posible esconderse de Dios. Benedicto
XVI escribía en su prefacio a las Obras
completas sobre la liturgia, que “la verdadera renovación de la liturgia es
la condición fundamental para la renovación de la Iglesia». En efecto, “la
existencia de la Iglesia saca su vida de la celebración correcta de la
liturgia. La Iglesia está en peligro cuando la primacía de Dios ya no aparece
en la liturgia, y por consiguiente en la vida. La causa más profunda de la
crisis que ha conmocionado a la Iglesia se encuentra en el oscurecimiento de la
primacía de Dios en la liturgia”. Yo
ruego humildemente a los obispos, sacerdotes y al pueblo de Dios que se cuide
más la sagrada liturgia, que se ponga a Dios en el centro, que se pida de nuevo
a Jesús que nos enseñe a orar. Hemos desacralizado la celebración eucarística.
Hemos transformado nuestras celebraciones eucarísticas en un espectáculo
folclórico, en un acontecimiento social, en una forma de entretenimiento, en un
diálogo insípido entre el sacerdote y la asamblea cristiana. ¿Hay todavía un lugar
para el Dios Todopoderoso en nuestras liturgias? ¿Aún podemos experimentar a
Dios? Algunos laicos reivindican a veces una función en la misa para sentirse parte
interesada y activamente involucrada. Reflexionemos un momento en la naturaleza
de la participación de María y de san Juan en el Gólgota. Estaban allí silenciosamente
penetrados, imbuidos y moldeados por el misterio de la Cruz. ¿No debería yo preocuparme, a mi vez, de
cómo muero con Jesús en cada Eucaristía, y si acepto morir a mi pecado? ¿Cuál
es el lugar que ocupa la oración y la palaba de Dios en mi vida? En cada una de
nuestras celebraciones eucarísticas deberíamos poder decir con san Pablo: "Cada
día muero... en Cristo Jesús, Señor nuestro" (I Co 15, 31).
Existe
otro lugar dónde podemos experimentar a Dios que se entrega en la Iglesia. Son
los monasterios. Encontramos allí una realización concreta de lo que debería
ser toda la Iglesia... En los monasterios experimentarán la primacía que se da
a la contemplación de Dios. ¡Volved a los monasterios! En contraste con un
mundo de fealdad y de tristeza, esos lugares sagrados son realmente oasis de
belleza, de sencillez, de humildad y de alegría» (Cardenal R. Sarah, Le soir approche et déjà le jour baisee,
Fayard 2019, p. 138-140). (El destacado es nuestro).
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