Relicario con el cuerpo de
San Alfonso María de Ligorio.
Pagani, Italia. Foto: wikipedia.org
San
Alfonso María de Ligorio es sin duda uno de los grandes maestros de
espiritualidad en la historia de la Iglesia. Sabiduría, piedad y un delicado amor de Dios se trenzan
armónicamente en sus obras ascéticas y espirituales, haciendo de ellas una
fuente para adentrarse por caminos de amorosa familiaridad con
Dios. De uno de sus opúsculos –Trato
familiar con Dios– recojo un texto en el que se ve cómo este maestro del
espíritu introduce prontamente a sus lectores en esa atmósfera de amistosa cercanía
con Dios. Urge recuperar el lenguaje espiritual de los grandes maestros y doctores
de la Iglesia, a menudo desplazado por un discurso vago y meloso, con resonancias religiosas o sociológicas, pero totalmente incapaz de conducir a
las almas a una auténtica y real amistad con Jesucristo.
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el mundo no hay amigo, ni hermano, ni padre, ni esposo ni enamorado que te ame
más que el Señor. La gracia de Dios es un don tan grande que, de viles
criaturas y humildes esclavos, nos eleva a la dignidad de amigos de nuestro
mismo creador. Es un tesoro inagotable
para los hombres –dice el sabio– y
los que lo adquieren se granjean la amistad de Dios (Sab 7, 14). A fin de inspirarnos mayor confianza se anonadó a sí
mismo, humillándose hasta hacerse hombre, para conversar familiarmente con
nosotros. Para conseguirlo se hizo niño, y pobre, y llegó hasta morir en una
cruz con el estigma de ajusticiado, y su amor lo llevó a permanecer con
nosotros bajos las especies de pan para ser nuestro perpetuo compañero y unirse
a nosotros con más estrechos lazos de amor en el Santísimo Sacramento del
Altar.
El que come mi carne y
bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él (Jn
6, 56). En una palabra: tanto se ha prendado de los hombres que, al parecer, sólo
ellos son el objeto de su amor. Esto exige que nosotros le correspondamos con
el mismo afecto, hasta poderle decir: Mi amado es mío y yo de mi amado (Cant 2, 16); ya que se ha entregado
enteramente a mí, yo me entrego todo a él, y puesto que me ha escogido por
amigo y familiar suyo, sólo en él he de poner yo todo mi amor. Mi amado –diré con la Esposa de los
Cantares– es moreno claro, distinguido
entre diez mil» (Cant 5, 10). (San Alfonso María de Ligorio, Obras maestras de espiritualidad, BAC
2011, p. 218).
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