San Sixto, camino al martirio, se despide de
San Lorenzo
Foto: preguntasantoral.es
«los soldados de Cristo no son destruidos, sino coronados»
Hoy,
fiesta de San Sixto II y compañeros mártires, la Liturgia de las horas nos presenta
una conmovedora carta de San Cipriano a otro hermano suyo en el episcopado, dando
noticias de la persecución desatada en Roma y muy próxima a desencadenarse también
en las provincias africanas. El valor y la fortaleza que en ella se describe por
parte de la primitiva comunidad cristiana, constituye un testimonio sobrecogedor
para nuestros días, donde la tendencia a ceder y ceder ante las presiones de
los enemigos de la Iglesia, rara vez se ve contrarrestada por el coraje de los «Ciprianos»
y «Sixtos» de los primeros siglos.
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motivo de que no os escribiera en seguida, hermano muy amado, es el hecho de
que todos los clérigos, debido al estado de persecución en que nos hallamos, no
podían en modo alguno salir de aquí, dispuestos como estaban, por el fervor de
su ánimo, a la consecución de la gloria celestial y divina. Sabed que ya han
vuelto los que había enviado a Roma con el fin de que se enteraran bien del
contenido del rescripto que pesa sobre nosotros, ya que sólo teníamos acerca de
él rumores y noticias inciertas.
La
verdad es la siguiente: Valeriano ha enviado un rescripto al Senado, según el
cual los obispos, presbíteros y diáconos deben ser ejecutados sin dilación; a
los senadores y personas distinguidas, así como a los caballeros romanos, se
les despojará de su dignidad y de sus bienes, y, si a pesar de ello, perseveran
en su condición de cristianos, serán decapitados; a las matronas se les
confiscarán sus bienes y se las desterrará; los cesarianos todos que hayan
profesado antes o profesen actualmente la fe cristiana serán desposeídos de sus
bienes y enviados, en calidad de prisioneros, a las posesiones del Estado,
levantándose acta de ello.
El
emperador Valeriano ha añadido también a su decreto una copia de la carta
enviada a los gobernadores de las provincias, y que hace referencia a nosotros;
estamos esperando que llegue de un día a otro esta carta, manteniéndonos firmes
en la fe y dispuestos al martirio, en expectación de la corona de vida eterna
que confiamos alcanzar con la bondad y la ayuda del Señor. Sabed que Sixto, y
con él cuatro diáconos, fueron ejecutados en el cementerio el día seis de
agosto. Los prefectos de Roma no cejan ni un día en esta persecución, y todos
los que son presentados a su tribunal son ejecutados y sus bienes entregados al
fisco.
Os
pido que comuniquéis estas noticias a los demás colegas nuestros, para que en
todas partes las comunidades cristianas puedan ser fortalecidas por su
exhortación y preparadas para la lucha espiritual, a fin de que todos y cada
uno de los nuestros piensen más en la inmortalidad que en la muerte y se
ofrezcan al Señor con fe plena y fortaleza de ánimo, con más alegría que temor
por el martirio que se avecina, sabiendo que los soldados de Dios y de Cristo
no son destruidos, sino coronados» (De las cartas de san Cipriano, obispo y
mártir; Carta 80: CSEL 3, 839-840).
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