Una procesión del Corpus en
Valencia
Foto: www.archivalencia.org
Extracto
de una homilía pronunciada por el Beato Álvaro del Portillo al finalizar una procesión
eucarística del Corpus (Roma, 5-VI-1988). Las flores y pétalos que con su maravillosa variedad de
colores alfombraban el paso del Santísimo Sacramento, sirven a Monseñor
del Portillo para ilustrar las virtudes que el cristiano debe ejercitar para
convertirse él mismo en una ofrenda florida a su Dios.
«H
|
e
observado muchas flores rojas, muchos pétalos de rosas, como gotas de sangre en
el suelo. Y pensaba en el Corazón de Cristo, tan ofendido por los pecados de
los hombres. Debemos unir nuestra entrega a la suya, como desagravio, como
reparación, en señal de amor. Hijos míos, no tengáis miedo al sacrificio; no tengáis
miedo a la abnegación, a decir al Señor que sí y al mundo que no. Nuestra
sangre debe verterse junto a la Sangre de Jesús, de ese verum Corpus, que hemos cantado: verdadero Cuerpo del Dios
verdadero, nacido de María Virgen.
He
visto también muchos pétalos amarillos, dorados: el color de la lealtad de
nuestra entrega, que debe ser como el oro puro: ¡sin aleación que nos separe de
Dios, sin ganga humana! Sabemos que somos miserables, pequeños; pero la gracia
de Dios ha de ser el crisol donde nos purifiquemos de nuestras miserias, para
que solo quede el oro puro, sin ganga que estorbe, que rebaje la calidad de
nuestro amor.
No
faltaban flores blancas: simbolizan la limpieza de nuestra vida, la pureza de
nuestra alma. Ni tampoco pétalos de violeta, la flor que recuerda la humildad:
pequeña para los hombres, pero grande a los ojos de Dios. Así han de ser nuestras
pequeñas mortificaciones. La entrega al Señor, según nuestra vocación, ha de
poseer ese tono elegante de la pequeña mortificación, de la humilde violeta
ofrecida por amor.
Nuestro
señor nos espera a todos, constantemente. Ahora le decimos que nuestro corazón
quiere estar al lado del suyo, de ese Corazón que no vemos, pero que continúa latiendo,
y del Corazón de María, su madre. Al unísono con esos dos corazones deben latir
los nuestros: con amor, con entrega, quizá con derrotas; pero siempre con
lucha, con ganas de caminar adelante. ¡Señor, aquí me tienes, aquí nos tienes!» (Beato Álvaro del Portillo, Como sal y como luz, Ed. Logos 2013, p.
155).
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