jueves, 20 de junio de 2019

¡SEÑOR, AQUÍ NOS TIENES!

Una procesión del Corpus en Valencia 

Extracto de una homilía pronunciada por el Beato Álvaro del Portillo al finalizar una procesión eucarística del Corpus (Roma, 5-VI-1988). Las flores y pétalos que con su maravillosa variedad de colores alfombraban el paso del Santísimo Sacramento, sirven a Monseñor del Portillo para ilustrar las virtudes que el cristiano debe ejercitar para convertirse él mismo en una ofrenda florida a su Dios.

«H
e observado muchas flores rojas, muchos pétalos de rosas, como gotas de sangre en el suelo. Y pensaba en el Corazón de Cristo, tan ofendido por los pecados de los hombres. Debemos unir nuestra entrega a la suya, como desagravio, como reparación, en señal de amor. Hijos míos, no tengáis miedo al sacrificio; no tengáis miedo a la abnegación, a decir al Señor que sí y al mundo que no. Nuestra sangre debe verterse junto a la Sangre de Jesús, de ese verum Corpus, que hemos cantado: verdadero Cuerpo del Dios verdadero, nacido de María Virgen.
He visto también muchos pétalos amarillos, dorados: el color de la lealtad de nuestra entrega, que debe ser como el oro puro: ¡sin aleación que nos separe de Dios, sin ganga humana! Sabemos que somos miserables, pequeños; pero la gracia de Dios ha de ser el crisol donde nos purifiquemos de nuestras miserias, para que solo quede el oro puro, sin ganga que estorbe, que rebaje la calidad de nuestro amor.
No faltaban flores blancas: simbolizan la limpieza de nuestra vida, la pureza de nuestra alma. Ni tampoco pétalos de violeta, la flor que recuerda la humildad: pequeña para los hombres, pero grande a los ojos de Dios. Así han de ser nuestras pequeñas mortificaciones. La entrega al Señor, según nuestra vocación, ha de poseer ese tono elegante de la pequeña mortificación, de la humilde violeta ofrecida por amor.
Nuestro señor nos espera a todos, constantemente. Ahora le decimos que nuestro corazón quiere estar al lado del suyo, de ese Corazón que no vemos, pero que continúa latiendo, y del Corazón de María, su madre. Al unísono con esos dos corazones deben latir los nuestros: con amor, con entrega, quizá con derrotas; pero siempre con lucha, con ganas de caminar adelante. ¡Señor, aquí me tienes, aquí nos tienes!» (Beato Álvaro del Portillo, Como sal y como luz, Ed. Logos 2013, p. 155).

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