domingo, 9 de junio de 2019

NO ENTRISTEZCÁIS AL ESPÍRITU SANTO


«Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios en el cual habéis sido sellados para el día de la redención» (Ef 4, 30), exhortaba san Pablo a los cristianos de Éfeso. Entristecer al Espíritu Santo ha sido también la gran pena de los santos. Así lo manifiesta esta conmovedora y hasta desgarradora súplica que el beato John H. Newman dirigía al Paráclito. El Amor que el Espíritu Santo derrama con abundancia sobre nosotros, pobres pecadores, necesariamente toma la forma de una contrición humilde y profunda, agradecida y sublime.

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«T
e adoro, Señor Todopoderoso, Paráclito, porque en tu infinita compasión me has hecho entrar a esta Iglesia, la obra de tu poder sobrenatural. No pretendí de ti tan maravilloso favor, que está por encima de cualquier otro en el mundo entero. Había muchos hombres mejores que yo por naturaleza, dotados con talentos naturales más agradables, y menos manchados con el pecado. Sin embargo, en tu inescrutable amor por mí, me has elegido y traído a tu rebaño. Tú tienes una razón para cada cosa que haces. Sé que debe haber habido una razón sapientísima, como decimos en lenguaje humano, para haberme elegido a mí y no a otro, pero sé que esa razón fue algo externo a mí mismo. No hice nada por ella, sino todo contra ella. Hice todo para frustrar tu propósito. Y por eso debo todo a tu gracia. Debería haber vivido y muerto en la oscuridad y el pecado; debería haber llegado a ser cada vez peor cuanto más vivía; debería haber tenido que odiar más y abjurar de ti, fuente de mi bienaventuranza; debería haberme hecho cada año más apto para el infierno, y al final habría llegado allí, si no fuera por tu incomprensible amor por mí. Dios mío, ese amor arrollador me cautivó. ¿Ha habido alguna juventud tan impía como algunos años de la mía? ¿No te desafié, de hecho, a que hicieras lo peor? Ah, cómo luché para verme libre de ti. Pero Tú eres más fuerte que yo y has prevalecido. No tengo una palabra que decir, sino doblegarme con temor reverencial ante las profundidades de tu amor» (John Henry Newman, Meditaciones y Devociones, Ágape, 2007, p.299).

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