«Creo
que la perfección es algo muy fácil de practicar, pues he comprendido que lo único
que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón», escribía Teresa de Lisieux.
Y no solo lo
comprendió, sino que lo logró plenamente. ¡Con qué exquisita delicadeza conquistó el corazón de Jesús a base de salir victoriosa de tantos pequeños combates padecidos con amor y paciencia! Un camino humilde y asequible para escalar las cimas de la santidad.
***
«D
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urante
mucho tiempo, nos cuenta Teresita en uno de sus manuscritos, en la oración de la tarde estuve colocada delante de una hermana que
tenía una rara manía... Apenas llegaba esta hermana, se ponía a hacer un
ruidillo extraño, semejante al que se haría frotando las conchas una contra
otra. Al parecer, nadie se apercibía de ello más que yo, pues tengo un oído extremadamente
fino (demasiado, a veces).
Imposible
me resulta, Madre mía, deciros cuánto me molestaba aquel ruidillo. Sentía
grandes deseos de volver la cabeza y mirar a la culpable (...); esta hubiera
sido la única manera de hacérselo notar.
Pero
en el fondo del corazón sentía que era mejor sufrir aquello por amor de Dios y
por no causar pena a la hermana. Así que permanecía tranquila, procurando unirme
a Dios y olvidar el ruidillo... Pero todo era inútil; me sentía bañada en
sudor, y me veía obligada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento.
Pero
al mismo tiempo que sufría trataba de hacerlo, no con irritación, sino con
alegría y con paz, al menos en lo íntimo del alma. Me esforzaba por hallar
gusto en aquel ruidillo tan desagradable; en lugar de procurar no oírlo (cosa
que era imposible), ponía toda mi atención en escucharlo bien, como si se
tratara de un concierto maravilloso, y toda mi oración (que no era precisamente
oración de quietud) se me pasaba en ofrecer a Jesús aquel concierto». (J.P. Manglano, Orar con Teresa de Lisieux, Desclée De Brouwer 1997, p. 57-58).
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