lunes, 8 de octubre de 2018

¿POR QUÉ FUE ABIERTO EL CORAZÓN DE CRISTO?

Pedro Pablo Rubens
La crucifixión. Detalle

Comparto una reflexión de San Agustín sobre el misterio de La lanzada. Desde la contemplación llena de asombro, al pie de la cruz, del propio evangelista Juan hasta nuestros días, la Iglesia no ha cesado de mirar al que traspasaron. La lanzada, en sí misma cruel y deshonrosa, actuó sin embargo como llave misteriosa que abrió para el mundo los tesoros infinitos del Corazón de Cristo. De esos tesoros que manan del costado abierto del Redentor vive la Iglesia, y con ellos riega el universo; contemplando esa llaga sangrante, la Iglesia contempla su propia cuna.

***
«V
inieron, pues, los soldados y, por cierto, rompieron las piernas al primero y del otro que fue crucificado con él. En cambio, como hubiesen llegado a Jesús, cuando lo vieron muerto ya, no rompieron sus piernas; pero uno de los soldados abrió con una lanza su costado y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 32-24).
El evangelista ha usado una palabra cuidadosa, de forma que no dijera «golpeó» o «hirió» su costado, u otra cosa semejante, sino abrió, para que la puerta de la vida se abriera allí de donde han manado los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se entra en aquella vida que es la auténtica vida. Esa sangre ha sido derramada para remisión de los pecados; esa agua prepara la copa saludable; ella proporciona el baño y la bebida. Esto lo prenunciaba la puerta que Noé mandó hacer en el costado del arca, para que por ella entrasen los animales que no iban a perecer en el diluvio, los cuales prefiguraban la Iglesia. En atención a esto, la primera mujer fue hecha del costado del marido, que dormía, y fue nominada vida y madre de los vivos, pues antes del gran mal de la prevaricación significó un gran bien. Aquí, el segundo Adán, inclinada la cabeza, durmió en la cruz para que de ahí –de eso que fluyó del costado del durmiente– le fuese formada la esposa. ¡Oh muerte en virtud de la cual los muertos reviven! ¿Qué más limpio que esa sangre? ¿Qué más saludable que esa herida?» (San Agustín, Sobre el Evangelio de san Juan CXX, 2)

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