viernes, 19 de octubre de 2018

SAN JUAN DE BRÉBEUF Y SU SED DE MARTIRIO


«Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas, y yo dispongo del reino en favor vuestro» (Lc 22, 28), prometía Jesús a los suyos en la intimidad del Cenáculo. La gracia de permanecer fiel junto a Cristo en medio de las tribulaciones para testimoniar así su amor y soberanía sobre todas las cosas, es el deseo que se alberga en el corazón de todo mártir; deseo tanto más conmovedor cuanto más vehemente es. A lo largo de su historia nunca ha faltado a la Iglesia el adorno precioso del martirio, ni la disposición de tantos de sus hijos a este supremo testimonio de fe y caridad. En el Siglo XVII nos topamos con este valeroso ejemplo: 

«D
urante dos años –escribía San Juan de Brébeuf– he sentido un continuo e intenso deseo del martirio y de sufrir todos los tormentos por el que han pasado los mártires.
Mi Señor y Salvador Jesús, ¿cómo podría pagarte todos tus beneficios? Recibiré de tu mano la copa de tus dolores, invocando tu nombre. Prometo ante tu eterno Padre y el Espíritu Santo, ante tu santísima Madre y su castísimo esposo, ante los ángeles, los apóstoles y los mártires y mi bienaventurado padre Ignacio y el bienaventurado Francisco Javier, y te prometo a ti, mi Salvador Jesús, que nunca me sustraeré, en lo que de mi dependa, a la gracia del martirio, si alguna vez, por tu misericordia infinita me la ofreces a mí, indignísimo siervo tuyo.
Me obligo así, por lo que me queda de vida, a no tener por lícito o libre el declinar las ocasiones de morir y derramar por ti mi sangre, a no ser que juzgue en algún caso ser más conveniente para tu gloria lo contrario. Me comprometo además a recibir de tu mano el golpe mortal, cuando llegue el momento, con el máximo contento y alegría; por eso, mi amantísimo Jesús, movido por la vehemencia de mi gozo, te ofrezco ya ahora mi sangre, mi cuerpo y mi vida, para que no muera sino por ti, si me concedes esta gracia, ya que tú te dignaste morir por mí. Haz que viva de tal modo, que merezca alcanzar de ti el don de esta muerte tan deseable. Así, Dios y Salvador mío, recibiré de tu mano la copa de tu pasión, invocando tu nombre: ¡Jesús, Jesús, Jesús»! (De los apuntes espirituales de san Juan de Brébeuf, presbítero y mártir. The Jesuit Relations and Allied Documents, The Burrow Brothers Co, Cleveland 1898, 164)

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