El
31 de mayo de 2005, fiesta de la Visitación de Nuestra Señora, el Papa
Benedicto XVI pronunció una breve alocución ante la Virgen de Lourdes en los jardines
vaticanos. Como se trataba de un año dedicado a la Eucaristía, el Pontífice
puso de relieve la entraña eucarística contenida en este misterio gozoso de la Visitación.
El viaje a las montañas de Judá a los pocos días de concebir al Verbo en sus
entrañas purísimas, convirtió a María en una custodia viva e inmaculada que
portó por primera vez el Corpus Christi
por los caminos de este mundo, en medio del alborozo de los ángeles.
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particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar en el misterio de la
Visitación de la Virgen a santa Isabel. María, llevando en su seno a Jesús
recién concebido, va a casa de su anciana prima Isabel, a la que todos
consideraban estéril y que, en cambio, había llegado al sexto mes de una
gestación donada por Dios (cf. Lc 1, 36). Es una muchacha joven, pero no tiene
miedo, porque Dios está con ella, dentro de ella. En cierto modo, podemos decir
que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Año de la Eucaristía- la primera
"procesión eucarística" de la historia. María, sagrario vivo del Dios
encarnado, es el Arca de la alianza, en la que el Señor visitó y redimió a su
pueblo. La presencia de Jesús la colma del Espíritu Santo. Cuando entra en la
casa de Isabel, su saludo rebosa de gracia:
Juan salta de alegría en el seno de su madre, como percibiendo la
llegada de Aquel a quien un día deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos,
exultan las madres. Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu,
encuentra su expresión en el cántico del Magníficat.
¿No
es esta también la alegría de la Iglesia, que acoge sin cesar a Cristo en la
santa Eucaristía y lo lleva al mundo con el testimonio de la caridad activa,
llena de fe y de esperanza? Sí, acoger a Jesús y llevarlo a los demás es la
verdadera alegría del cristiano. Queridos hermanos y hermanas, sigamos e
imitemos a María, un alma profundamente eucarística, y toda nuestra vida podrá
transformarse en un Magníficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 58), en una
alabanza de Dios. En esta noche, al final del mes de mayo, pidamos juntos esta
gracia a la Virgen santísima».
Fuente: vatican.va
Qué idea más bonita!
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