jueves, 26 de abril de 2018

EL AÑOSO SÍNODO DE LOS JÓVENES



He traducido al español una interesante columna del escritor y periodista italiano Aldo Maria Valli. En ella, el autor recoge algunas impresiones motivadas por la lectura del documento final de la asamblea pre-sinodal con jóvenes, realizada en Roma en los días previos a semana santa.
Valli se pregunta quién ha escrito realmente ese documento, porque tanto su contenido, su estilo, como su léxico delatan una autoría que no se corresponde exactamente con la mentalidad del joven de hoy. Más bien parece un documento diseñado por personas que fueron jóvenes hace medio siglo, y que ahora desean apresar en moldes preconcebidos el sentir de los jóvenes. Por de pronto se impone una conclusión: el «espectáculo sinodal» ya comenzó.

* * *


¿Pero quién ha escrito el documento de los jóvenes?
por Aldo Maria Valli

H
e leído el documento que los jóvenes han entregado al Papa en vista del sínodo de obispos sobre «Los jóvenes,  la fe y el discernimiento vocacional». Me ha quedado la impresión de tratarse de un texto viejo tanto en el lenguaje como en sus contenidos, como si hubiera sido elaborado no por jóvenes de hoy, sino por alguien que fue joven hace medio siglo y aún no ha salido de ciertos esquemas y complejos.

Al principio se dice que el documento «es una reflexión sobre realidades específicas, personalidades, creencias y experiencias de jóvenes de todo mundo» y está «destinado a proporcionar a los obispos una orientación que les ayude a comprender mejor a los jóvenes». Pero página tras página se observa que las reflexiones, «resultantes del encuentro de más de trescientos jóvenes que representan al mundo entero» y «la participación de 15 mil jóvenes conectados en línea a través de grupos de Facebook», transmiten la idea de una Iglesia reducida a organización social, preocupada más que nada de disculparse por no estar lo suficientemente a tono con los tiempos. Y desde el punto de vista lingüístico, algunas expresiones parecen estar tomadas en gran medida del repertorio del Papa Francisco.

Pero vamos por orden. Después de sostener que «los jóvenes buscan el sentido de su vida en comunidades que los apoyen, los edifiquen, que sean auténticas y abiertas, es decir, comunidades que «les den alas», el documento señala: «A veces sentimos que lo sagrado resulta lejano de nuestra vida cotidiana. Muchas veces la Iglesia aparece como demasiado severa y excesivamente moralista. En otras ocasiones, en la Iglesia, es difícil superar la lógica del «siempre se ha hecho así». Necesitamos una Iglesia acogedora y misericordiosa».

No resulta difícil constatar aquí la total coincidencia con lo que a menudo sostiene Francisco. Aparte del hecho de que lo sagrado, en mi humilde opinión, debe ser algo separado de la vida cotidiana (el espacio y el tiempo sagrados son tales precisamente en cuanto diversos de los profanos), nos topamos en seguida con la denuncia de una Iglesia muy severa y moralista (cuando en realidad, generalmente el problema parece ser hoy el opuesto, es decir, el de una Iglesia vacilante y laxa) y con la crítica paralela a la lógica del «siempre se ha hecho así», un caballo de batalla del actual pontificado.

¿Y qué decir del llamado a una «Iglesia acogedora y misericordiosa?» ¿Acaso no es aquí también el copyright de Francisco?

Más adelante, en vez de la belleza y originalidad del mensaje cristiano (aspectos que hoy y siempre han apasionado verdaderamente a los jóvenes), encontramos un análisis sociológico que mezcla cuestiones diversas, y siempre en un sentido horizontal: «Los jóvenes están profundamente adentrados e interesados por temas como la sexualidad, las adicciones, los matrimonios fracasados, las familias rotas; como también por otros temas de mayor alcance social, como el crimen organizado y la trata de seres humanos, la violencia, la corrupción, la explotación, el feminicidio, las diversas formas de persecución y la degradación del medio ambiente».

Ahora bien, que muchos jóvenes estén interesados en estos temas se comprende fácilmente. Pero ¿qué tiene que decir la Iglesia al respecto, a la luz de la eterna Verdad divina? En todo esto, ¿dónde está Dios? ¿Dónde está la búsqueda de la verdad?

Desde este punto de vista el documento no dice nada. En cambio, otra vez el habitual y consabido llamado a los «desafíos» sociales, ante los cuales (y aquí vuelve a la letra el vocabulario del papa Francisco) «necesitamos inclusión, acogida, misericordia y ternura por parte de la Iglesia». Y luego, de modo infaltable, aparece el llamado al «multiculturalismo», que tiene «el potencial de facilitar un ambiente que propicie el diálogo y la tolerancia», con un objetivo que se indica a continuación: «Valoramos la diversidad de ideas en nuestro mundo globalizado, el respeto por el pensamiento ajeno y la libertad de expresión». Lo cual, francamente, no parece fundar esta gran conclusión. Pero, sobre todo, la impresión es que el documento sigue un esquema preestablecido.

Como confirmación, viene señalada en primer lugar la preocupación por el hecho de que «aún no existe un consenso sobre el tema de la acogida de los inmigrantes y de los refugiados, y menos sobre las problemáticas que causan este fenómeno» y «este desacuerdo se da a pesar del reconocimiento de la llamada universal a cuidar de la dignidad de cada persona humana». De aquí la advertencia: «En un mundo globalizado e interreligioso, la Iglesia necesita, no sólo mostrar, sino también trabajar sobre las directrices teológicas ya existentes, para un diálogo pacífico y constructivo con personas de otros credos y tradiciones».

Sigamos adelante. Una extensa parte del documento está dedicada a los temores de los jóvenes, y también en este caso las expresiones usadas pertenecen casi a la letra al repertorio de Francisco. Por ejemplo: «A veces, terminamos abandonando nuestros sueños. Tenemos demasiado miedo, y algunos de nosotros hemos dejado de soñar». Y también aquí: «Queremos un mundo de paz, que armonice una ecología integral con una economía global sustentable», sin olvidar los «conflictos», la «corrupción», las «desigualdades sociales» y el «cambio climático».

Y cuando al fin se sale un poco de la sociología pequeña para ingresar, al menos, en el ámbito de la sociología de la religión, nos topamos con esta afirmación bastante obvia («actualmente, la religión ya no es vista como la principal fuente a través de la cual el joven busca sentido, y a menudo miran hacia otras corrientes e ideologías modernas»), seguida de inmediato por una crítica a la Iglesia («los escándalos atribuidos a la Iglesia –tanto los reales como los percibidos como tales– afectan la confianza de los jóvenes en ella y en las instituciones tradicionales que representa»), y la llamada a que la misma Iglesia sea «inclusiva» hacia las mujeres, porque «hoy en día existe un problema generalizado en la sociedad en la cual la mujer aún no tiene un lugar equitativo» y «esto también es cierto en Iglesia».

¿Y queremos hablar sobre los grandes temas que dicen relación con la vida, la muerte, la familia, la sexualidad?

Aquí lo encontramos: «Suele haber un gran desacuerdo entre los jóvenes, tanto dentro como fuera la Iglesia, sobre algunas de sus enseñanzas que hoy son particularmente debatidas. Ejemplos de estas son: contracepción, aborto, homosexualidad, convivencia, matrimonio, y cómo el sacerdocio es percibido en diferentes realidades en la Iglesia. Es importante hacer notar que, independientemente del nivel de comprensión que se tenga sobre lo que la Iglesia enseña, sigue habiendo desacuerdo y discusión entre los jóvenes acerca de estos polémicos temas». «Como resultado, muchos jóvenes pueden querer que la Iglesia cambie su enseñanza o, al menos, que se les explique y forme mejor en estas cuestiones».

Poco después, quizá consciente de un desequilibrio, el documento se corrige y dice que, «muchos jóvenes católicos aceptan estas enseñanzas y encuentran en ellas una fuente de alegría». Pero entonces, ¿en qué quedamos? Da la impresión de tratarse de un análisis superficial y ambiguo a la vez.

Lo que importa, en todo caso, parece consistir en satisfacer las expectativas del mundo, que quiere ver la Iglesia en el banquillo de los acusados y en posición de desventaja.

Hace falta pasar muchas páginas antes de encontrar una mención a Jesús, lo que acontece de esta manera: «En definitiva, muchos de nosotros tenemos un gran deseo de conocer a Jesús, pero muchas veces nos cuesta darnos cuenta que solo Él es la fuente del verdadero descubrimiento personal, ya que es en relación con Él que la persona humana llega finalmente a descubrirse a sí misma. Por ello, hemos encontrado que los jóvenes quieren testigos auténticos, hombres y mujeres que expresen con pasión su fe y su relación con Jesús, mientras que animan a otros a acercarse, conocer y enamorarse de Él».

Una pregunta: ¿pero para llegar a esta conclusión era necesario convocar a jóvenes de todo el mundo, enviar miles de cuestionarios y organizar todo este gran trabajo pre-sinodal?

Pero el punto es, repito, que la belleza de la propuesta cristiana no termina de aparecer. En cambio, es constante la preocupación por la autocrítica («Ideas equivocadas sobre el ideal de la vida cristiana lo hacen sentir fuera del alcance de la persona común, por lo que también los preceptos establecidos por la Iglesia. Por lo tanto, para algunos, el cristianismo es percibido como un estándar inalcanzable»); y también a propósito de la vida consagrada, el acento se pone más que nada en sus límites y en la «vulnerabilidad», con el énfasis habitual en «la falta de claridad sobre el papel de la mujer en la Iglesia».

Sobre la dirección que las personas consagradas deben garantizar, se insiste en el acompañamiento y en el «camino» («Los acompañantes no deben guiar a los jóvenes de tal modo que los sigan pasivamente, sino más bien que caminen a su lado, dejándoles ser los protagonistas de su propio camino»), pero sin decir jamás a dónde debe conducir todo este caminar. Por otro parte, aquí aparece de nuevo la «vulnerabilidad»: «Una Iglesia creíble es aquella que no tiene miedo de mostrarse vulnerable. La Iglesia debe ser sincera en admitir sus errores presentes y pasados, que sea una Iglesia conformada por personas capaces de equivocarse y de hacer malinterpretaciones. La Iglesia debe condenar acciones tales como los abusos sexuales y los males manejos de poder y dinero».

Estamos llegando a término. Aún dos afirmaciones extraídas del repertorio bergogliano («También deseamos ver una Iglesia que sea empática y en salida»; «La Iglesia debería fortalecer iniciativas que combatan la trata de seres humanos, y la migración forzosa, así como el narcotráfico»); y el documento se acaba.

Vuelve la pregunta: ¿pero quién lo ha escrito realmente?

Texto del documento en español: press.vatican.va 

1 comentario:

  1. Texto añoso y como si fuera poco clerical.
    Nostalgia de aquellos muchachos de entonces.

    ResponderEliminar