He
traducido al español una interesante columna del escritor y periodista italiano
Aldo Maria Valli. En ella, el autor recoge algunas impresiones motivadas por la
lectura del documento final de la asamblea pre-sinodal con jóvenes, realizada en
Roma en los días previos a semana santa.
Valli
se pregunta quién ha escrito realmente ese documento, porque tanto su
contenido, su estilo, como su léxico delatan una autoría que no se corresponde
exactamente con la mentalidad del joven de hoy. Más bien parece un documento
diseñado por personas que fueron jóvenes hace medio siglo, y que ahora desean
apresar en moldes preconcebidos el sentir de los jóvenes. Por de pronto se
impone una conclusión: el «espectáculo sinodal» ya comenzó.
* * *
¿Pero quién ha escrito el documento de los
jóvenes?
por Aldo
Maria Valli
H
|
e
leído el documento que los jóvenes han entregado al Papa en vista del sínodo de
obispos sobre «Los jóvenes, la fe y el
discernimiento vocacional». Me ha quedado la impresión de tratarse de un texto
viejo tanto en el lenguaje como en sus contenidos, como si hubiera sido elaborado
no por jóvenes de hoy, sino por alguien que fue joven hace medio siglo y aún no
ha salido de ciertos esquemas y complejos.
Al
principio se dice que el documento «es una reflexión sobre realidades
específicas, personalidades, creencias y experiencias de jóvenes de todo mundo»
y está «destinado a proporcionar a los obispos una orientación que les ayude a
comprender mejor a los jóvenes». Pero página tras página se observa que las
reflexiones, «resultantes del encuentro de más de trescientos jóvenes que representan
al mundo entero» y «la participación de 15 mil jóvenes conectados en línea a
través de grupos de Facebook», transmiten la idea de una Iglesia reducida a
organización social, preocupada más que nada de disculparse por no estar lo
suficientemente a tono con los tiempos. Y desde el punto de vista lingüístico,
algunas expresiones parecen estar tomadas en gran medida del repertorio del
Papa Francisco.
Pero
vamos por orden. Después de sostener que «los jóvenes buscan el sentido de su
vida en comunidades que los apoyen, los edifiquen, que sean auténticas y
abiertas, es decir, comunidades que «les den alas», el documento señala: «A
veces sentimos que lo sagrado resulta lejano de nuestra vida cotidiana. Muchas
veces la Iglesia aparece como demasiado severa y excesivamente moralista. En
otras ocasiones, en la Iglesia, es difícil superar la lógica del «siempre se ha
hecho así». Necesitamos una Iglesia acogedora y misericordiosa».
No
resulta difícil constatar aquí la total coincidencia con lo que a menudo sostiene
Francisco. Aparte del hecho de que lo sagrado, en mi humilde opinión, debe ser
algo separado de la vida cotidiana (el espacio y el tiempo sagrados son tales
precisamente en cuanto diversos de los profanos), nos topamos en seguida con la
denuncia de una Iglesia muy severa y moralista (cuando en realidad,
generalmente el problema parece ser hoy el opuesto, es decir, el de una Iglesia
vacilante y laxa) y con la crítica paralela a la lógica del «siempre se ha
hecho así», un caballo de batalla del actual pontificado.
¿Y
qué decir del llamado a una «Iglesia acogedora y misericordiosa?» ¿Acaso no es
aquí también el copyright de
Francisco?
Más
adelante, en vez de la belleza y originalidad del mensaje cristiano (aspectos
que hoy y siempre han apasionado verdaderamente a los jóvenes), encontramos un
análisis sociológico que mezcla cuestiones diversas, y siempre en un sentido
horizontal: «Los jóvenes están profundamente adentrados e interesados por temas
como la sexualidad, las adicciones, los matrimonios fracasados, las familias
rotas; como también por otros temas de mayor alcance social, como el crimen
organizado y la trata de seres humanos, la violencia, la corrupción, la
explotación, el feminicidio, las diversas formas de persecución y la
degradación del medio ambiente».
Ahora
bien, que muchos jóvenes estén interesados en estos temas se comprende
fácilmente. Pero ¿qué tiene que decir la Iglesia al respecto, a la luz de la
eterna Verdad divina? En todo esto, ¿dónde está Dios? ¿Dónde está la búsqueda
de la verdad?
Desde
este punto de vista el documento no dice nada. En cambio, otra vez el habitual
y consabido llamado a los «desafíos» sociales, ante los cuales (y aquí vuelve a
la letra el vocabulario del papa Francisco) «necesitamos inclusión, acogida,
misericordia y ternura por parte de la Iglesia». Y luego, de modo infaltable,
aparece el llamado al «multiculturalismo», que tiene «el potencial de facilitar
un ambiente que propicie el diálogo y la tolerancia», con un objetivo que se
indica a continuación: «Valoramos la diversidad de ideas en nuestro mundo
globalizado, el respeto por el pensamiento ajeno y la libertad de expresión». Lo
cual, francamente, no parece fundar esta gran conclusión. Pero, sobre todo, la
impresión es que el documento sigue un esquema preestablecido.
Como
confirmación, viene señalada en primer lugar la preocupación por el hecho de
que «aún no existe un consenso sobre el tema de la acogida de los inmigrantes y
de los refugiados, y menos sobre las problemáticas que causan este fenómeno» y
«este desacuerdo se da a pesar del reconocimiento de la llamada universal a
cuidar de la dignidad de cada persona humana». De aquí la advertencia: «En un
mundo globalizado e interreligioso, la Iglesia necesita, no sólo mostrar, sino
también trabajar sobre las directrices teológicas ya existentes, para un
diálogo pacífico y constructivo con personas de otros credos y tradiciones».
Sigamos
adelante. Una extensa parte del documento está dedicada a los temores de los
jóvenes, y también en este caso las expresiones usadas pertenecen casi a la
letra al repertorio de Francisco. Por ejemplo: «A veces, terminamos abandonando
nuestros sueños. Tenemos demasiado miedo, y algunos de nosotros hemos dejado de
soñar». Y también aquí: «Queremos un mundo de paz, que armonice una ecología
integral con una economía global sustentable», sin olvidar los «conflictos», la
«corrupción», las «desigualdades sociales» y el «cambio climático».
Y
cuando al fin se sale un poco de la sociología pequeña para ingresar, al menos,
en el ámbito de la sociología de la religión, nos topamos con esta afirmación bastante
obvia («actualmente, la religión ya no es vista como la principal fuente a
través de la cual el joven busca sentido, y a menudo miran hacia otras
corrientes e ideologías modernas»), seguida de inmediato por una crítica a la
Iglesia («los escándalos atribuidos a la Iglesia –tanto los reales como los
percibidos como tales– afectan la confianza de los jóvenes en ella y en las
instituciones tradicionales que representa»), y la llamada a que la misma
Iglesia sea «inclusiva» hacia las mujeres, porque «hoy en día existe un problema generalizado en la
sociedad en la cual la mujer aún no tiene un lugar equitativo» y «esto también
es cierto en Iglesia».
¿Y
queremos hablar sobre los grandes temas que dicen relación con la vida, la
muerte, la familia, la sexualidad?
Aquí
lo encontramos: «Suele haber un gran desacuerdo entre los jóvenes, tanto dentro
como fuera la Iglesia, sobre algunas de sus enseñanzas que hoy son
particularmente debatidas. Ejemplos de estas son: contracepción, aborto,
homosexualidad, convivencia, matrimonio, y cómo el sacerdocio es percibido en
diferentes realidades en la Iglesia. Es importante hacer notar que,
independientemente del nivel de comprensión que se tenga sobre lo que la
Iglesia enseña, sigue habiendo desacuerdo y discusión entre los jóvenes acerca
de estos polémicos temas». «Como resultado, muchos jóvenes pueden querer que la
Iglesia cambie su enseñanza o, al menos, que se les explique y forme mejor en
estas cuestiones».
Poco
después, quizá consciente de un desequilibrio, el documento se corrige y dice
que, «muchos jóvenes católicos aceptan estas enseñanzas y encuentran en ellas
una fuente de alegría». Pero entonces, ¿en qué quedamos? Da la impresión de
tratarse de un análisis superficial y ambiguo a la vez.
Lo
que importa, en todo caso, parece consistir en satisfacer las expectativas del
mundo, que quiere ver la Iglesia en el banquillo de los acusados y en posición
de desventaja.
Hace
falta pasar muchas páginas antes de encontrar una mención a Jesús, lo que
acontece de esta manera: «En definitiva, muchos de nosotros tenemos un gran
deseo de conocer a Jesús, pero muchas veces nos cuesta darnos cuenta que solo
Él es la fuente del verdadero descubrimiento personal, ya que es en relación
con Él que la persona humana llega finalmente a descubrirse a sí misma. Por
ello, hemos encontrado que los jóvenes quieren testigos auténticos, hombres y
mujeres que expresen con pasión su fe y su relación con Jesús, mientras que
animan a otros a acercarse, conocer y enamorarse de Él».
Una
pregunta: ¿pero para llegar a esta conclusión era necesario convocar a jóvenes
de todo el mundo, enviar miles de cuestionarios y organizar todo este gran
trabajo pre-sinodal?
Pero
el punto es, repito, que la belleza de la propuesta cristiana no termina de
aparecer. En cambio, es constante la preocupación por la autocrítica («Ideas
equivocadas sobre el ideal de la vida cristiana lo hacen sentir fuera del
alcance de la persona común, por lo que también los preceptos establecidos por
la Iglesia. Por lo tanto, para algunos, el cristianismo es percibido como un
estándar inalcanzable»); y también a propósito de la vida consagrada, el acento
se pone más que nada en sus límites y en la «vulnerabilidad», con el énfasis
habitual en «la falta de claridad sobre el papel de la mujer en la Iglesia».
Sobre
la dirección que las personas consagradas deben garantizar, se insiste en el
acompañamiento y en el «camino» («Los acompañantes no deben guiar a los jóvenes
de tal modo que los sigan pasivamente, sino más bien que caminen a su lado,
dejándoles ser los protagonistas de su propio camino»), pero sin decir jamás a
dónde debe conducir todo este caminar. Por otro parte, aquí aparece de nuevo la
«vulnerabilidad»: «Una Iglesia creíble es aquella que no tiene miedo de
mostrarse vulnerable. La Iglesia debe ser sincera en admitir sus errores
presentes y pasados, que sea una Iglesia conformada por personas capaces de
equivocarse y de hacer malinterpretaciones. La Iglesia debe condenar acciones
tales como los abusos sexuales y los males manejos de poder y dinero».
Estamos
llegando a término. Aún dos afirmaciones extraídas del repertorio bergogliano
(«También deseamos ver una Iglesia que sea empática y en salida»; «La Iglesia
debería fortalecer iniciativas que combatan la trata de seres humanos, y la
migración forzosa, así como el narcotráfico»); y el documento se acaba.
Vuelve
la pregunta: ¿pero quién lo ha escrito realmente?
Fuente: www.aldomariavalli.it
Texto
del documento en español: press.vatican.va
Texto añoso y como si fuera poco clerical.
ResponderEliminarNostalgia de aquellos muchachos de entonces.