martes, 20 de septiembre de 2016

ATENDER A LA INVITACIÓN DEL CARDENAL SARAH

La más larga y bella tradición patrística avala plenamente la reciente invitación-sugerencia del Cardenal Sarah, dirigida a los sacerdotes de todo el mundo, para celebrar la santa misa ad Orientem. Y me pregunto: ¿Por qué entonces tanto alboroto ante una propuesta por recuperar un uso piadoso y reverente vivido desde los tiempos más remotos en la Iglesia? ¿Es tan difícil comprender «que el celebrante no es el anfitrión de un espectáculo», como ha señalado el propio Cardenal? ¿Será excesivamente costoso exigirle al clero que se haga un poco al lado para facilitarle a los fieles una mirada más amplia y directa del Señor que viene? Sea lo que sea, el siguiente texto de un gran padre de la Iglesia sobre la adoración hacia oriente, nos invita a meditar con sosiego las riquezas y beneficios que encierra la propuesta del Cardenal Sarah, el hombre encargado por el Romano Pontífice de velar sobre el culto divino.

«N
o por simpleza, ni por casualidad adoramos hacia el lado de oriente. Por el contrario, prestamos una doble adoración al Creador ya que estamos compuestos a partir de lo visible y lo invisible, esto es, a partir de lo intelectual y lo sensible. Así como salmodiamos con la mente y con los labios del cuerpo, también somos bautizados con agua y con Espíritu. Percibimos, pues, de un modo doble al Señor: participamos de los sacramentos y de la gracia del Espíritu.
Puesto que Dios es luz intelectual (1 Jn 1, 5) y Cristo es llamado en las Escrituras sol de justicia (Mt 3, 20) y oriente (Zc 6, 12; Lc 1,78), por eso el oriente es el punto de referencia para la adoración. Todo lo bueno debe ser atribuido a Dios, por el cual todo bien es hecho bueno. Además dice el divino David: ¡Reinos de la tierra, cantad a Dios, salmodiad al Señor, a aquel que cabalga sobre los cielos de los cielos en el oriente! (Sal, 67, 33-34). Y aún dice la Escritura: Plantó el Señor un paraíso en el Edén, al oriente. Allí puso al hombre que había formado (Gn 2, 8). Al hombre, una vez que hubo pecado, lo expulsó y lo envió a habitar frente al paraíso de las delicias (Gn 3, 24): es obvio que habla del occidente. Así pues, tratamos de conseguir la antigua patria, y fijamos los ojos en ella, cuando adoramos a Dios. También la tienda de Moisés tenía el velo y el propiciatorio al oriente (Cf. Ex 26, 33-34). Además, la tribu de Judá, en cuanto era la más noble, levantaba [su campamento] al oriente (Cf. Nm 2, 3). Asimismo, en el famoso templo de Salomón, la puerta del Señor estuvo al oriente (Cf. Ez 8, 16). Por otra parte, también el Señor Crucificado veía hacia el occidente, por tanto, cuando adoramos, volvemos los ojos hacia él. Cuando ascendió, subió hacia el oriente: así lo adoraron los apóstoles, y así vendrá, en la dirección que le vieron marcharse al cielo (Cf. Hch 1, 11).  Como dijo el mismo Señor: como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre (Cf. Mt 24, 27). Así pues, aguardamos a éste cuando adoramos hacia el oriente. Esta tradición de los Apóstoles [el adorar hacia el oriente] no está escrita, pues nos transmitieron muchas cosas sin ponerlas por escrito». (San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, IV, 12)

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