La
más larga y bella tradición patrística avala plenamente la reciente invitación-sugerencia
del Cardenal Sarah, dirigida a los sacerdotes de todo el mundo, para celebrar
la santa misa ad Orientem. Y me
pregunto: ¿Por qué entonces tanto alboroto ante una propuesta por recuperar un
uso piadoso y reverente vivido desde los tiempos más remotos en la Iglesia? ¿Es
tan difícil comprender «que el celebrante no es el anfitrión de un
espectáculo», como ha señalado el propio Cardenal? ¿Será excesivamente costoso
exigirle al clero que se haga un poco al lado para facilitarle a los fieles una
mirada más amplia y directa del Señor que viene? Sea
lo que sea, el siguiente texto de un gran padre de la Iglesia sobre la adoración hacia oriente, nos invita a meditar con sosiego las riquezas y beneficios que encierra la propuesta
del Cardenal Sarah, el hombre encargado por el Romano Pontífice de velar sobre
el culto divino.
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por simpleza, ni por casualidad adoramos hacia el lado de oriente. Por el
contrario, prestamos una doble adoración al Creador ya que estamos compuestos a
partir de lo visible y lo invisible, esto es, a partir de lo intelectual y lo
sensible. Así como salmodiamos con la mente y con los labios del cuerpo,
también somos bautizados con agua y con Espíritu. Percibimos, pues, de un modo
doble al Señor: participamos de los sacramentos y de la gracia del Espíritu.
Puesto
que Dios es luz intelectual (1 Jn 1, 5) y Cristo es llamado en las
Escrituras sol de justicia (Mt 3, 20) y oriente (Zc 6, 12; Lc 1,78), por eso el oriente es el punto
de referencia para la adoración. Todo lo bueno debe ser atribuido a Dios, por
el cual todo bien es hecho bueno. Además dice el divino David: ¡Reinos de la tierra, cantad a Dios,
salmodiad al Señor, a aquel que cabalga sobre los cielos de los cielos en el
oriente! (Sal, 67, 33-34). Y aún dice la Escritura: Plantó el Señor un paraíso en el Edén, al oriente. Allí puso al hombre
que había formado (Gn 2, 8). Al
hombre, una vez que hubo pecado, lo expulsó y lo envió a habitar frente al
paraíso de las delicias (Gn 3, 24):
es obvio que habla del occidente. Así pues, tratamos de conseguir la antigua
patria, y fijamos los ojos en ella, cuando adoramos a Dios. También la tienda
de Moisés tenía el velo y el propiciatorio al oriente (Cf. Ex 26, 33-34).
Además, la tribu de Judá, en cuanto era la más noble, levantaba [su campamento]
al oriente (Cf. Nm 2, 3). Asimismo, en el famoso templo de Salomón, la puerta
del Señor estuvo al oriente (Cf. Ez 8, 16). Por otra parte, también el Señor
Crucificado veía hacia el occidente, por tanto, cuando adoramos, volvemos los
ojos hacia él. Cuando ascendió, subió hacia el oriente: así lo adoraron los
apóstoles, y así vendrá, en la dirección que le vieron marcharse al cielo (Cf.
Hch 1, 11). Como dijo el mismo Señor:
como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida
del Hijo del hombre (Cf. Mt 24, 27). Así pues, aguardamos a éste cuando
adoramos hacia el oriente. Esta tradición de los Apóstoles [el adorar hacia el
oriente] no está escrita, pues nos transmitieron muchas cosas sin ponerlas por
escrito». (San Juan Damasceno, De fide
orthodoxa, IV, 12)
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