domingo, 14 de agosto de 2016

VIRGEN EXCELENTE

«Virgen excelente, que superas en todo a las madres: tu descendencia te ha elevado y Dios te ha concedido cosas excelsas. Tu fruto está presente sin que la flor de la virginidad se haya agostado. Para tu Hijo eres madre, mas para todos permaneces virgen. Feliz tú que para el género humano, caído bajo el dominio del infierno, te has convertido en vía y carroza que lleva al cielo. Tú eres el palacio de Dios, el ornato del paraíso, la gloria del reino, el refugio de la vida, el puente para entrar en los cielos.
Arca espléndida y vaina poderosa de la espada de dos filos, tú te alzas como altar de Dios y faro de luz. Eres más elevada que los cedros y las altas cimas de los montes. Bajo tus pies, hasta la misma rueda del sol desaparece. Tú eres la primera en el coro de las vírgenes, la única que ha sido preferida a los coros celestiales. Tú eres la arcilla del Alfarero, más hermosa que todos los demás vasos y materia resplandeciente de una nueva creación.
Tú eres el hermoso candelabro que contiene la luz del Verbo; tu forma ha sido esculpida por aquel Artífice que se encuentra por encima de los astros. Eres la sorprendente belleza que adorna la ciudad santa de Jerusalén, vaso colocado frente al templo en honor de Dios. Con tu esplendor deslumbrante superas las puertas de Sión y, gracias al mérito de tu fe, has sido colocada en el trono como la gema más rica. Tu rostro proyecta luz, de tu frente provienen rayos luminosos como saetas; tú haces girar la luz con tus ojos fulgurantes.
Espejo celestial, noble casa del Omnipotente, tú transmites los resplandores luminosos de tu aspecto (…).
Tú llevas un nombre honrado, oh María, bendita en todos los tiempos, obra maestra que alaba al noble Artífice. Dulce doncella, a causa del precioso mensaje del ángel, tienes dones de belleza superiores a los de los demás seres humanos. Más bella que las rosas y superior a los lirios del campo, eres tú la nueva flor de la tierra que el mismo cielo cultiva desde lo alto. Tú eres cristal, ámbar; oro, púrpura, perla blanca, esmeralda; allí donde llega el fulgor de tu figura todos los metales desaparecen. La nieve queda vencida por tu candor, el sol por la belleza de tus cabellos; sus rayos, oh Virgen, palidecen frente a tu hermosura. El fuego del rubí se apaga y la ardiente estrella de la mañana cede en claridad si se compara contigo».
(San Venancio Fortunato, In laudem sanctæ Mariæ, nn. 203 y 209).
San Venancio, nacido hacia el año 530, es uno de los grandes poetas de la Iglesia del siglo VI. Sirvan estas estrofas como filial homenaje a Nuestra Señora en la fiesta de su Asunción.

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