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vez más, el Papa Benedicto XVI viene a recordarnos la importancia de la lengua
latina en la vida de la Iglesia. Ahora, nada menos que con la creación de una
Academia Pontificia llamada Latinidad, que tendrá como objetivo promover su
estudio y su uso. Si hay algo que el Espíritu Santo se negó otorgar a los
reformadores posconciliares fue el don de profecía, aunque a ellos les gustase
presentarse como profetas de nuevos tiempos. Las anunciadas primaveras y los
esperados vientos pentecostales nunca llegaron. En el campo litúrgico se nos
vaticinó que gracias al recambio del latín por las lenguas vernáculas, una
nueva era de intensa y activa participación litúrgica haría su aparición. Nada
de esto ocurrió. La esperada participación derivó en desinterés y apatía
generalizada por una apresurada desacralización del culto, en el que la
supresión del latín jugó un rol decisivo. En cambio, sí parecen
auténticamente proféticas las palabras que escribiera, incluso antes del
Concilio, el gran pensador tomista francés Etienne Gilson: “El latín es la lengua de la Iglesia; el doloroso envilecimiento de la
liturgia cristiana por obra de traducciones en lengua vulgar que sin cesar se
vulgariza más, permite ver la necesidad de una lengua sagrada cuya misma inmovilidad
proteja contra las depravaciones del gusto”. (El filósofo y la teología,
Madrid 1962, p.22).
Texto del motu proprio en castellano: http://secretummeummihi.blogspot.com/2012/11/carta-apostolica-latina-lingua-de.html
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