En una de sus homilías matutinas en Santa Marta, el Papa Francisco comentó con
hermosísimas palabras la teofanía ocurrida el día de la dedicación del templo de
Jerusalén, una vez terminada su construcción por el rey Salomón. Se lee en el
texto sagrado que “cuando salieron los
sacerdotes del santuario, la nube llenó la casa de Yavé, sin que pudieran
permanecer allí los sacerdotes para el servicio por causa de la nube, pues la
gloria de Yavé llenaba la casa” (I reyes 8, 10-11). “La celebración litúrgica –señaló el Papa- no es un acto social, un buen acto social; no es una reunión de los
creyentes para rezar juntos. Es otra cosa. En la liturgia, Dios está presente…
Cuando asistimos a misa, “no hacemos una
representación de la Última Cena: no, no es una representación. Es otra cosa:
es justamente la Última Cena. Es justamente vivir de nuevo la Pasión y la
muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente sobre el
altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo”. La misa “es una conmemoración real, o sea es una
teofanía: Dios se acerca y está con nosotros, y nosotros participamos del
misterio de la Redención”. Lamentando que muchas veces estemos más
pendientes de la hora que del misterio que presenciamos, el Papa Francisco
señaló: “la liturgia es tiempo de Dios y
espacio de Dios, y nosotros debemos entrar allí, en el tiempo de Dios, en el
espacio de Dios y no mirar el reloj”; luego concluyó: “hoy nos hará bien pedir al Señor que dé a todos nosotros este ‘sentido
de lo sagrado’, este sentido que nos hace entender que una cosa es rezar en
casa, rezar en la iglesia, rezar el Rosario, rezar tantas oraciones hermosas,
hacer el Vía Crucis, muchas cosas bellas, leer la Biblia… y otra cosa es la
celebración eucarística. En la celebración entramos en el misterio de Dios, en
aquel camino que nosotros no podemos controlar: solamente Él es el Único, Él la
gloria, Él es el poder, Él es todo. Pidamos esta gracia: que el Señor nos
enseñe a entrar en el misterio de Dios”.
Esta luminosa perspectiva de la celebración litúrgica
como entrada en el tiempo y espacio de Dios, me parece también muy oportuna para
comprender por qué la santa misa
celebrada en su forma extraordinaria nunca es una moda sino una necesidad. En
efecto, la riqueza simbólica del rito tradicional favorece enormemente esa
entrada en el mundo divino que la celebración litúrgica nos hace presente. En
cambio, la rutina e improvisación con que vemos celebrar tantas veces la misa
en su forma ordinaria, en no pocas ocasiones pareciera que solo nos introduce en
el ambiente estrecho y fugaz del celebrante y su entorno.
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