Mientras
exégetas y liturgistas se afanan por traducir el término joánico Verbo (Logos) por el de Palabra, el pueblo
católico sigue rezando como siempre: el
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La “Palabra que acampa”, como dicen las nuevas
traducciones, al menos en nuestro castellano habitual, parecen restar sustancia
al insondable misterio de la Encarnación. A la inconveniencia de verter Verbo por
Palabra se refiere esta voz autorizada:
“Es
importante ver que Juan, bajo la inspiración del Espíritu Santo, emplea el
término logos y no “Hijo”, ni sofía, “sabiduría”. ¿Por qué? ¿Qué
significa exactamente el término logos?”
Es muy difícil de traducir. En la Universidad de la Sorbona traducen con
frecuencia logos por “discurso”. Desde luego es una traducción, pero una
traducción muy exterior. En realidad, logos
significa mucho más el fruto del pensamiento; ahora bien, el discurso es la expresión del pensamiento, no es el
fruto. Expresión y fruto son dos cosas diferentes y los griegos eran muy
sensibles a ello…; no hay duda, sin embargo, que hay diferencia entre pensar y
hablar, pensar y decir. Por lo tanto no hay que traducir “Verbo” -Logos- por “Palabra”. Ahora, debido a la
influencia protestante, lo traducen con frecuencia por “Palabra”; pero es un
error desde el punto de vista teológico: Hay que traducir Logos por “Verbo”. Es
la traducción de San Jerónimo quien, no lo olvidemos, estaba en contacto
directo con los rabinos. Él estaba, por tanto, mucho más cerca de una tradición
de lo que estamos ahora en que, la mayor parte del tiempo, tenemos perspectivas
bastante alejadas de la tradición joánica. (M.-D. Philippe, Seguir al Cordero. Retiro sobre el Evangelio
de San Juan, Tomo I, Madrid 2002, p. 197)
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