“Una nube de incienso vale mil sermones”, escribió Nicolás Gómez
Dávila. Y pienso en nuestras actuales exequias, tan empobrecidas, donde rara
vez se asiste al sobrecogedor rito de la incensación final del féretro, desplazado
por mil testimonios entretejidos de impúdicos sentimientos. El recato de las emociones favorece la comprensión de que todo acto litúrgico no es simple reunión de amigos o parientes sino presencia de la entera Iglesia universal.
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