En un reciente artículo
sobre «La Pascua y las Abejas», Shawn Tribe recordaba el asombro que frecuentemente ha despertado la mención de las abejas en el Exsultet. En efecto, las
referencias agradecidas a nuestra «madre abeja» desde muy temprana edad
formaron parte de las loas que la Iglesia dirigió al cirio Pascual, símbolo de
Cristo resucitado, en la noche santa de Pascua.*
En
nuestro actual pregón, uno de los himnos más maravillosos de la
liturgia latina, encontramos dos bellas estrofas que hacen mención a las abejas.
La primera dice así:
«En esta
noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza
que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda
de este cirio, hecho con cera de abejas».
Seguidamente
viene este otro texto:
«Sabemos
ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de
Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta
de esta cera fundida, que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara
preciosa».
El
fino espíritu litúrgico del Papa Benedicto no ha dejado escapar el silencioso
simbolismo que esconde la mención de la abeja en el pregón pascual. En su homilía de la Vigilia Pascual del año 2012, señalaba: «El gran himno del Exsultet,
que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos hace notar, muy
calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto, el cirio, se debe
principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego.
En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los
Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la
comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las
abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio
una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia,
que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo».
La
mención de la abeja en el solemne pregón de la noche de Pascua, alude primeramente a la dimensión cósmica que encierra este misterio fundamental
del cristianismo. Aquí, «toda la creación entra en juego», nos dice el Papa
Benedicto; «La resurrección es un acontecimiento cósmico, que comprende cielo y
tierra, y asocia el uno con la otra». La Resurrección «inauguró una nueva
dimensión del ser, de la vida, en la que también ha sido integrada la materia,
de manera transformada, y a través de la cual surge un mundo nuevo», nos
señalaba en otra de sus homilías pascuales (Vigilia 2006).
A
la «madre abeja», a la «abeja fecunda», que con su trabajo conjunto y laborioso
ha proporcionado la materia para la confección del cirio, le corresponde
en esta noche santa el privilegio de asumir la representatividad de toda la
creación sensible, también ella profundamente alcanzada por el nuevo resplandor
que mana de Cristo glorioso y resucitado. La noble referencia al trabajo y fecundidad de las abejas en el Exsultet, simboliza de este modo la participación del entero mundo sensible en la alabanza y júbilo de los
ángeles (Exsultet iam angelica turba cælorum), de toda la tierra (Gaudeat
et tellus) y de la santa Madre Iglesia (Lætetur et mater Ecclesia) ante
el sublime misterio de la Resurrección. A esta dimensión cósmica, tan esencial para la liturgia y tan apreciada por el Papa Ratzinger, atribuye también Tribe,
en el artículo antes citado, parte del interés que desde antiguo ha suscitado el elogio de las abejas en el pregón pascual y en otros himnos de alabanza al
cirio: «Esta referencia a las abejas –dice el autor– con frecuencia suscita un
gran interés popular, quizá en parte debido al sentido íntimo de comunión que
pone de relieve entre el mundo natural y el sobrenatural. De hecho, esta
conexión también viene acentuada en otros momentos del año litúrgico como los
días de témporas (quattuor tempora) que están unidos a las cuatro estaciones».
Junto
a la dimensión cósmica, Benedicto XVI nos ofrece otro significado de la abeja
en el anuncio pascual: la Iglesia y su misterio de comunión. En el trabajo de
las abejas, solidario y paciente, delicado y humilde, se simboliza el quehacer
mismo de la Iglesia. La íntima comunión de fe y de vida sobrenatural que anima
el trabajo de todos los creyentes permite que la Iglesia irradie su luz hasta
el último rincón de la tierra. Y así como la cera mantiene encendida la llama
del cirio e impide que se extinga, así también la gracia que brota del Redentor
hacia los miembros de su Iglesia la convierte en una «comunidad de luz» que,
como Cristo, «no conoce el ocaso» (qui nescit occasum). A ella acuden
los hombres que buscan la miel dulce y sabrosa de la verdad.
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*Estas
consideraciones se inspiran en dos interesantes artículos sobre el tema: S.
Tribe, Easter and the Bees, en www.liturgicalartsjournal.com; J. Sánchez
Martínez, Las abejas, el cirio pascual (y hasta Pío XII), en www.infocatolica.com/blog/liturgiafuenteyculmen.
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