martes, 7 de mayo de 2019

LA TAREA DE ACTUAR «IN PERSONA CHRISTI»


D
ecía el papa Benedicto XVI a un grupo de obispos de la región norte del Brasil en visita ad limina: «Si en la liturgia no destacase la figura de Cristo, que es su principio y está realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana, totalmente dependiente del Señor y sostenida por su presencia creadora» (Discurso, 15 de abril 2010).

  Es verdad que la figura de Cristo emerge y destaca en la liturgia principalmente por la recta realización del signo sacramental; sin embargo, también incumbe al celebrante la tarea de procurar y facilitar esa manifestación del Señor en los ritos sagrados. Hablando del sacrifico de la Misa, John Senior ha utilizado una expresión sorprendente para significar el medio de tal manifestación: «el suicido voluntario de la propia personalidad del sacerdote». Expresión ciertamente fuerte, pero muy sugestiva. En cierto modo, es a través de un «despojo de sí» como el celebrante se vuelve idóneo para convertirse en «persona», en la persona de Cristo (in persona Christi), la única capaz de consagrar las especies sacramentales y renovar el Sacrifico del Calvario. La conciencia de actuar «in persona Christi» impone al sacerdote la tarea de evitar cualquier protagonismo indebido, cualquier asomo de artificialidad gestual, cualquier intento por atraer hacia él la atención de los fieles. Todo su actuar y decir debe asegurar que emerja como centro de la celebración litúrgica la figura amable de nuestro Redentor. En este sentido la antigua liturgia, al no dejar mayor espacio a la creatividad del ministro, facilita que en ella se realice de modo eminente el programa del Bautista: Conviene que Él crezca y yo disminuya (Jn 3, 30).

 Dice el propio Senior: «En el Santo Sacrificio de la Misa, Cristo mismo pronuncia las palabras de la consagración a través del suicidio voluntario de la propia personalidad del sacerdote. El sacerdote se convierte en «persona», el instrumento a través del cual un sonido es pronunciado, y Cristo, no el sacerdote, dice: Hoc es Corpus meum. Y ese Cuerpo es elevado en silencio. El sonido de las campanas acentúa el silencio y su tañir apaga el ruido del mundo. Y luego dice: Hic est Calix Sanguinem mei. En el Huerto de los Olivos oraba: «Si ese posible, que este cáliz se aleje de mí sin que yo lo beba». Pero ahora dice: «Éste es el Cáliz de mi Sangre». En la Consagración, la Sangre de Cristo se hace presente en el altar, separada de su Cuerpo, lo cual es la reconstrucción del derramamiento de la Sangre en la crucifixión. La Sangre es derramada bajo la apariencia de vino, y las campanas proclaman solemnemente este acontecimiento al mundo que a veces escucha. Éste es el Misterio de la Fe» (John Senior, La restauración de la cultura cristiana, Ed. Vórtice, Buenos Aires 2016, p. 105).

No hay comentarios:

Publicar un comentario