Durante las últimas décadas no son pocos los gestos y usos litúrgicos, llenos de
piedad y reverencia, que hemos visto paulatinamente desaparecer. Por lo mismo nos hacemos eco de unas palabras del Cardenal Sarah -fiel custodio del culto divino- en que nos advierte de los peligros de una mal entendida inculturación. Cuando el hombre ya no sabe cómo «estar»
ante Dios, difícilmente sabrá «estar» ante sus semejantes. Su embrutecimiento
se vuelve inevitable.
«H
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oy
en día la liturgia muestra cierta secularización que apunta a la desaparición
del signo litúrgico por excelencia: el silencio. Hay quienes intentan eliminar
por todos los medios los gestos de la postración o la genuflexión ante la Majestad
divina, cuando en realidad se trata de gestos cristianos de adoración, de santo
temor de Dios, de veneración y de un amor respetuoso. Son los gestos de la
liturgia del Cielo: «Y todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, de
los ancianos y de los cuatro seres vivos, y cayeron sobre sus rostros ante el
trono y adoraron a Dios» (Ap 7, 11). «Entremos
en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies» (Sal 132, 7). «Venid, adoremos y postrémonos, pongámonos de hinojos
ante el Señor, nuestro Hacedor. Pues Él es nuestro Dios» (Sal 95, 6-7).
Me
parece lamentable que haya conferencias episcopales o sacerdotes que, por
motivos de inculturación, decidan suprimir estos gestos celestiales y reemplazarlos
por gestos de cortesía o usos culturales. ¿Por qué nos resistimos siempre a la
voluntad y a los modos de hacer de Dios para aferrarnos a nuestras costumbres?» (Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio, Palabra 2017, p.
258).
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