martes, 11 de septiembre de 2018

PIETER VAN DER MEER, ALCANZADO POR LA BELLEZA


P
ocos conversos al catolicismo nos han dejado un testimonio tan conmovedor del papel que la belleza ha jugado en su camino a la fe como Pieter Van der Meer. En Nostalgia de Dios, diario íntimo donde el poeta holandés narra detalladamente los hitos de su conversión, encontramos abundantes textos que describen el asombro, los sentimientos y las ideas despertadas en su alma por el encuentro y la experiencia con la belleza del arte sacro y de la liturgia católica. También cabe preguntarse con nostalgia si el arte y la liturgia de nuestros días están aún en condiciones de tocar las fibras más íntimas del corazón humano, tal como sucedió con tantos espíritus selectos en la primera mitad del siglo XX. Si bien la fealdad que se impuso en el inmediato posconcilio ha cedido, todavía me parece largo el camino por recorrer a través de la senda amable de la via pulchritudinis, el camino de la belleza, si de verdad queremos ser también nosotros alcanzados por ella, y entrever con fascinación la sublime realidad de Dios y de su Iglesia.



«Mientras la catedral gótica con el surgir impetuoso de sus pilares y sus columnas, con sus torres que se levantan como brazos hacia el cielo, con la piadosa línea de sus bóvedas que se juntan como manos en oración, simboliza la enorme nostalgia del alma, San Marcos bizantino es para mí una imagen de la eternidad, de la eternidad de Dios. En la basílica hay como una vislumbre terrestre de las moradas celestiales.
Este arte me mantiene en contacto continuo con las narraciones evangélicas, y me aproxima a los personajes sobrenaturales de la Biblia. Me siento invenciblemente forzado a pensar en Dios, al contemplar esta belleza cuyo principio espiritual es la Iglesia Católica. Descubro en mi interior un mundo nuevo» (Pieter Van der Meer de Walcheren, Nostalgia de Dios, Desclée de Brouwer, Buenos Aires 1944, p. 78).

Basílica de San Marcos, Venecia

«Mi espíritu es transportado muy lejos por este arte; él me hace presentir cosas que me es imposible nombrar, me abre un mundo que no puedo expresar, y algo análogo me ocurre con la liturgia de la Iglesia» (p. 71).

«Este esplendor sagrado no puede ser simplemente un juego. Debe existir en algún sitio una realidad de la cual todas estas cosas son los signos visibles. Esto no puede ser una ilusión engañosa; y si así fuera, todo, todo sería vano. La vida misma resultaría una comedia detestable. Pero no puedo pensar de ese modo. Sería demasiado absurdo» (Luego de asistir a una misa pontifical en San Pedro, Roma, p. 89).

«Es sublime. Esas voces femeninas –allí solo se ejecuta el canto llano– aún me parece seguir escuchándolas. Esa música es inmaterial. A veces una voz antecede al coro, las notas ascienden; y entonces parece que una ofrenda sube hacia Dios, y que esa ofrenda es un corazón que canta. Y además el silencio, el recogimiento que hay en ese lugar… Allí he sentido por primera vez que en realidad ocurría algo inefable en la Misa, mientras el sacerdote pronunciaba las palabras sacramentales, primero sobre el pan y luego sobre el vino. No puedo precisar en qué forma ni de dónde me vino este pensamiento, pero sabía que algo se había transformado, que algo inmenso acababa de suceder» (Capilla de las Benedictinas de la rue Monsieur, París, p. 141).

«Pasé la noche íntegra en la capilla de las Benedictinas: asistí a Maitines, a la Misa de medianoche, a Laudes, y más tarde, antes de amanecer, a la Misa de la Aurora. Aún estoy vibrando con la belleza sobrenatural de estos oficios. Su exterior es magnífico, el canto, las palabras de la Misa solemne oficiada por tres sacerdotes. Pero sobre todo me siento conmovido hasta lo más profundo del alma por lo que percibo detrás de una espléndida vestidura; cada gesto, cada palabra, cada acto tiene un significado oculto; es como la llama visible de un invisible fuego, es una realidad palpable del misterio, y una lejana percepción de los divinos acontecimientos» (Navidad de 1909, París, p. 144).

«La Liturgia es una santa magnificencia. Comprendo que es absurdo expresar admiración por ella, porque es demasiado evidente la belleza de este culto que expresa lo inexpresable, la Divinidad, y que hace arder en la negrura de la vida el puro esplendor de una llama blanca y recta. ¡Qué superficial y pobre es el arte, y hasta qué punto parece vano junto a esos cantos sublimes, al lado de esas palabras bíblicas cantadas, al lado de estos santos textos, de estas plegarias de duelo y de estos poemas de extraordinaria alegría!...
¡Oh, poder pensar y tener la firme seguridad de que estas ceremonias no son un espectáculo vano, un hermoso sueño, sino que son signos, símbolos que reflejan la inexpresable realidad divina! Me siento trastornado hasta lo más profundo del alma. No podrían hacerme llorar así ni una ilusión, ni una apariencia. Siento que detrás de todo lo que veo y escucho, sendas luminosas van hacia Dios. ¡Dios mío! ¡Deseo en tal forma poder creer! (p. 150 y 151).

2 comentarios:

  1. Precioso texto. Gocé la selección de citas. Alude a una Verdad que la Iglesia debe reencontrar.

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  2. Hola. Últimamente me intereso por este autor y viendo la profundidad, o mejor, la riqueza que puede aportar el que se le conozca cada vez más, no entiendo que no empecemos a sacarlo a la luz al menos con una biografía en Wikipedia. Además para empezar a hacernos con algunos de sus libros, una lista de ediciones en español.

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