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espués
de la victoria reportada por Constantino merced a la Cruz que vio en el cielo con la leyenda por este signo vencerás,
su madre santa Elena marchó a Jerusalén para buscar allí la verdadera Cruz del
Señor. A principios del siglo II el emperador Adriano había cubierto el
Calvario y el Santo Sepulcro bajo una capa de escombros y en aquel mismo lugar
había mandado erigir una estatua de Júpiter y un templo de Venus. Pero Elena
hizo derribar ambos monumentos, y cavando en el suelo, se descubrieron los
santos Clavos y el glorioso trofeo de donde brota «nuestra salvación, vida y resurrección»
(Introito de la misa, Gal 6, 14). La vera Cruz se reconoció al contacto con una difunta, que al instante resucitó.
Elena
dividió en tres trozos del precioso leño, que «fue digno de cargar con el Rey
del cielo» (Aleluya de la misa),
figurado ya en la cruz en la cual Moisés levantara la serpiente de bronce (Evangelio de la misa). Uno de aquellos
trozos se llevó a Roma, a la iglesia que por este motivo se llamó de la Santa
Cruz de Jerusalén; el otro a Constantinopla y el tercero se quedó en Jerusalén.
Habiendo sido esta última reliquia robada por los persas, y recobrada luego por
Heraclio, este emperador la devolvió solemnemente a Jerusalén el 3 de mayo de
628. Entraba en la ciudad el emperador bizantino cargado de oro y pedrería,
cuando de pronto sintióse detenido por una fuerza irresistible. Dejó entonces
Heraclio sus ricos vestidos y así pudo seguir con la Cruz (Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, 14 de Sept.)
(Tomado de una reseña
del misal diario de Dom Gaspar Lefebvre [1947] para la fiesta de la invención
de la Santa Cruz, 3 de mayo. Tras la reforma de la liturgia romana por Juan
XXIII en 1960, con el motu proprio Rubricarum
instructum, esta fiesta perdió importancia en el calendario romano y luego se suprimió.)
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