¡Qué
bien se corresponden las apariciones de la Virgen con su carácter maternal! Una buena madre no deja pasar mucho tiempo sin visitar a sus hijos. Así también
María; de una manera siempre discreta no ha cesado de visitar nuestro mundo para alegrarnos con su presencia gloriosa, traernos
las bendiciones del cielo y convertir ciertos lugares de la tierra en fuentes
de gracia y conversión. Sin duda Lourdes es uno de esos lugares benditos. La Iglesia sin esa corona de santuarios marianos que la adornan quizá pronto se convertiría en un desierto.
«Volví
a ir allí durante quince días. La Señora se me apareció como de costumbre,
menos un lunes y un viernes. Siempre me decía que advirtiera a los sacerdotes
que debían edificarle una capilla, me mandaba lavarme en la fuente y rogar por
la conversión de los pecadores. Le pregunté varias veces quién era, a lo que me
respondía con una leve sonrisa. Por fin, levantando los brazos y los ojos al
cielo, me dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción” (Carta de Santa María
Bernarda Soubirous al padre Gondrand, 1861).
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